Vivencias de un gay

sábado, 11 de febrero de 2017

187. Hasta pronto


                                                     
Los amigos están para las ocasiones. Y con esta máxima acompañé ayer a Ángel en cuanto me lo pidió. Lleva varias semanas obsesionado por culpa de una práctica sexual que él considera de riesgo y quiso que le acompañase a una asociación para hacerse una prueba rápida del IVH.
He encontrado en internet una asociación que está cerca de la Puerta del Sol, - me informó Ángel mientras nos dirigíamos al centro de Madrid - llamé ayer y un chico muy amable me citó para hoy a las cuatro.
¿Y por qué estás tan preocupado por esa, según tú, práctica de riesgo?  - le pregunté - ¿Qué es lo que hiciste?
Siempre que voy a mi banco el director me trata con especial amabilidad, hace tiempo que noto como me mira. Hace unas semanas, después de atenderme, me pidió que esperase unos minutos para que diera la hora del cierre y poder tomar una cerveza en la cafetería de al lado. Es un señor maduro, de pelo canoso y porte muy elegante, tiene una sonrisa irresistible y tú sabes Rafa que ante un tipo así no suelo negarme a nada. En la cafetería hablamos y tuvimos algún roce cargado de tensión sexual. Cuando me dijo que tomaría el bus para ir a su casa, rápidamente me ofrecí a llevarle en mi coche. Tal como esperaba acepto y me guió hasta el interior de su garaje comunitario. La plaza que le correspondía era, sin duda, la más discreta del recinto. En cuanto paré el coche decidí tomar la iniciativa acercando mi cara lentamente a la suya para ver su reacción. Sin mediar palabra juntamos nuestros labios que pronto se abrieron para recibir las húmedas lenguas contrarias. Aunque el lugar era invisible para el resto de usuarios del garaje, me pareció que había que darse prisa, llevé mi mano a su bragueta y en unos segundos tenia frente a mi boca un pene grueso y duro. Apenas llevaba unos minutos de golosa mamada cuando noté la inminente corrida. El director sujetó mi cabeza fuertemente impidiéndome sacar su polla de mi boca que se inundó con su semen.  Lo retuve hasta que abrí la puerta y lo pude escupir al suelo del garaje. Cuando me limpiaba los labios con un clínex escuche que me decía: “Te agradezco que me dejaras correrme en tu boca, mi mujer es muy observadora y cualquier resto en mis pantalones lo hubiera detectado enseguida.”  Cuando ya marchaba para mi casa recordé que esa mañana al limpiarme los dientes sangré bastante de una de las encías y era seguro que el semen de este señor había estado en contacto con esa parte de la boca. Desde ese día estoy preocupado.
En la asociación nos atendió un chaval tan amable como guapo. En su corto pelo pude distinguir algún reflejo de tempranas canas, algo que no se correspondía con su rostro juvenil, sin la mínima arruga, con unos gruesos labios perfectos, una nariz pequeña y casi de perfil griego y unos ojos oscuros de mirada profunda. Nos preguntó si formábamos  pareja, al saber que éramos amigos y que solo Ángel se haría la prueba le dio a elegir si quería estar solo o conmigo. Sus preguntas eran duras y directas pero formuladas con una gran delicadeza que, sin duda, le hacían sentir muy cómodo al niño. 
La prueba es muy sencilla, con una pequeña paleta desechable se pasa por los labios para tomar una muestra de saliva y se introduce en un recipiente con un líquido especial. A los veinte minutos, el chico que nos atendía ya sabía el resultado.
Fueron veinte tensos minutos, Ángel, por más que el guapo muchacho trataba de entretenerlo, era un manojo de nervios, su tez lucia una palidez que nunca antes le había observado, temí que en cualquier momento se desvaneciese. Incluso para mi fueron los veinte minutos más largos que recuerdo. Cuando el muchacho le dijo que la prueba era negativa y que su cuerpo estaba limpio, Ángel se abrazó a mi e, inmediatamente después, también se abrazo a quien le dio la noticia, visiblemente contento por esta vez.
Cuando abandonamos la sede, el color había vuelta a las mejillas del niño, varios suspiros descargaron el resto de tensión acumulada.
Bien guapo este chico que nos atendió ¿verdad? – me comento Ángel.
Si pero no te hagas ilusiones, en el puesto que está tendrá muchas proposiciones o puede que tenga una pareja que lo quiera mucho y él responda a esos sentimientos. Por otro lado es para admirarle, imagínate el pobre chico lo que tendrá que pasar cuando la prueba le salga positiva a alguien, tenérselo que decir y además darle ánimos no es trabajo fácil.

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Amigos seguidores de este blog, nuevas responsabilidades y otros proyectos me obligan a dar por terminada esta primera etapa.
Quiero agradeceros la lealtad y vuestro apoyo a través de estos años, con vuestra lectura y comentarios me habéis dado constantemente fuerza e ilusión para seguir cada semana compartiendo mis vivencias, buenas y malas pero siempre respetadas por todos vosotros. 
Os prometo que volveremos a encontrarnos, esta experiencia ha sido muy enriquecedora para mí y séque también ha servido de ayuda en alguna ocasión para muchos de los lectores, lo cual duplica mi satisfacción.
Esta es mi historia y de todos aquellos que quisisteis entrar en ella.
Muchas gracias y ¡Hasta pronto!

sábado, 4 de febrero de 2017

86. Albergue del sexo

Ayer domingo quedé con Ángel para tomar unas cervezas en uno de esos bares situados en La Latina que únicamente se llenan los domingos. Ni siquiera sé si abren los otros días de la semana, pero este día se llena de tal forma que llega un momento en que es materialmente imposible entrar.
Ángel no llegó. Luego, dos horas más tarde,  supe que me llamó para avisarme pero en ese local no hay cobertura. La culpa de mi permanencia en ese atestado bar durante dos horas la tuvo un muchacho venezolano que tomaba su cerveza junto a mí y que estaba tan solo como yo. El dialogo surgió casi por necesidad y fue al escuchar su tono de voz cuando descubrí su origen latino puesto que por su aspecto hubiera podido ser perfectamente de Albacete.
Me contó Marcelo que llegó hace quince días a Madrid en calidad de refugiado político. Su abierta oposición al presidente venezolano Maduro, le obligó a dejar su país precipitadamente cuando entendió que su vida corría serio peligro.
El Estado español lo ha admitido y le ha dado alojamiento en un albergue perteneciente a la Cruz Roja donde deberá permanecer hasta que se apruebe su expediente y puedan documentarle para que pueda buscar trabajo.  En este albergue le proporcionan, no solo una habitación, también le dan manutención completa, algo de ropa e incluso cincuenta euros al mes. 
El primer día me dieron una habitación con dos camas – me contaba Marcelo – y esa noche estuve solo. Pero en la segunda noche, un joven ucraniano ocupó la cama vecina, me lo presentó el encargado como mi compañero de cuarto. El primer problema con este chico fue de comunicación, no habla nada de castellano ni tampoco inglés, tan solo habla en ruso, con lo que nuestro dialogo era absolutamente imposible. 
Durante todo el día siguiente estuvo con el grupo en las distintas actividades que nos obligan a hacer, más que nada para tenernos entretenidos; cuando nuestras miradas coincidían nos devolvíamos una amable sonrisa sin más.  Después de cenar fuimos juntos a la habitación, se desnudó y en calzoncillos se enzarzó en unos ejercicios de gimnasia que me permitió ver su fornido cuerpo, blanco como la harina y sin apenas vello a la vista. Cuando su rojiza cabellera comenzó a humedecerse por el sudor, entró al cuarto de baño para ocupar la ducha que yo acababa de dejar. Al terminar su aseo se acostó e inmediatamente apagó la luz de la lámpara que tenemos cada uno en la mesilla de noche. Para no incomodarle con mi luminosidad, dejé de leer y también apagué la lámpara. Unos segundos después pude escuchar cómo se levantaba y me pareció que se acercaba a mi cama. Efectivamente, sin mediar palabra, levantó mi sábana y manta y entró sobre mi colchón obligándome a dejarle sitio.  Inmediatamente me incorporé y encendí mi lámpara. Cuando me disponía a pedirle una explicación, me colocó su pulgar sobre mis labios en el clásico gesto para que guardara silencio. Alargó su mano para dar al interruptor y dejar nuevamente la habitación a oscuras. Me empujó suavemente para que volviera a acostarme y me indico con sus movimientos que le diera la espalda. Amoldó su cuerpo al mío y fue entonces cuando me percaté de que estaba desnudo. Cuando me bajó el pantalón del pijama pude sentir el calor de su pene que ya antes había percibido duro como una piedra. La situación era muy extraña, me debatía entre levantarme y dejarle continuar. Comprendí que de alguna manera averiguó mi tendencia sexual y como nuestro distanciamiento verbal impedía cualquier flirteo, decidió arriesgarse. Para cuando noté como humedecía mi ano con sus dedos ensalivados,  yo ya había decidido seguir su juego. Hacía mucho tiempo que no tenía sexo y ya me estaba haciendo mucha falta. Me tranquilizó sentir como rasgaba con los dientes la funda de un preservativo y con bastante impericia comenzó a penetrarme. Debía estar más urgido que yo porque en unos cuantos movimientos llegó al orgasmo entre contenidos suspiros.  Sin mediar ni una palabra ni un gesto amable hacia mí, se levantó dirigiéndose al cuarto de baño. Observé como hacia un nudo al condón repleto de semen, escuche el agua de la ducha durante breves minutos y se acostó. Segundos más tarde el sonido rítmico de su respiración me indicó que ya estaba dormido. Al día siguiente apenas nos cruzamos un par de veces siempre intercambiando las mismas sonrisas y con la frialdad de la primera jornada. Esa noche repitió exactamente igual la misma liturgia y así está ocurriendo todas las noches desde que este silencioso ucraniano pernocta en la misma habitación que yo. Seguimos sin dirigirnos la palabra y desde hace unas jornadas solo le veo hablando con una chica rumana en ruso con la que se le ve muy contento.
Me pareció un relato curioso el de este chico venezolano y hubiéramos hablado más rato, pero a las diez debía estar para la cena en el albergue y se marchó con cierta prisa para no llegar tarde. Quedamos en volvernos a ver en el mismo lugar aunque esas quedadas casi nunca se suelen cumplir.