Ya he comprobado que a muchos de vosotros os intereso lo que os conté de Lisboa.
Hace unos años hice una excursión similar a Roma, fui con un buen amigo y, aparte de ver El Coliseun, el sucio y maltrecho Foro Romano o la encajonada Fontana de Trevi, teníamos interés por conocer el ambiente de la famosa ciudad imperial. No fue empresa fácil, ni mucho menos, En una ciudad plagada de iglesias por cualquier itinerario que tomases, la estigmatizada homosexualidad tenia pocas oportunidades de mostrarse. Al menos hace diez años, que es cuando mi amigo y yo fuimos, todo lo relacionado con el mundo gay parecía no existir. Tan solo de tarde en tarde nos cruzábamos con algún chico joven poseedor de cierto grado de afectación que te devolvía la mirada en franco signo de identificación. Estábamos seguros que en algúnlugar existiría un local donde estos chavales pudiesen mostrarse tal como se sentían y poder soltar todas las plumas que se esforzaban por ocultar.
En principio nos enteramos de una zona cercana al Coliseum donde se entremezclaban las putas y los chaperos, pero ya a muy altas horas de la madrugada. Como ni mi amigo ni yo compartíamos el gusto por los prostitutos con el admirado Pasolini, no indagamos en ese terreno y nos quedamos con las imágenes de La dolce Vita que tan bien reflejo Rosellini.
Hasta el tercer día no pudimos contactar con un italiano que mi amigo conocía de Madrid. Tras cenar los tres en un restaurante típico en el barrio de Transtevere, nos puso en conocimiento de cómo se vive la homosexualidad bajo el poder púrpura.
Tal como imaginábamos hay locales en los que se reúnenlos romanos gais, e incluso nos dio la dirección de una sauna, pero sin esa acepción, sino que allí se llama El club.
Nuestra primera sorpresa la tuvimos al tratar de acceder al primer local que elegimos para empezar a conocer el ambiente. En el barrio de estrechas calles junto al río, encontramos el lugar pero nada parecía indicar que allí hubiera local público alguno. Tras una pequeña espera pudimos observar como un tipo de traje gris se paraba en el portal indicado, tocaba un timbre y con la puerta a medio abrir se introdujo dentro. Rápidamente le imitamos. Cuando el encargado de abrir nos vio, sostuvo la puerta impidiéndonos el paso. Tratamos de explicarle que veníamos con conocimiento previo, que éramos españoles con ganas de tomar una copa y mostrando una complicidad que no dejase lugar a dudas de nuestra condición. Fue entonces cuando nos pidió el carné de socio, requisito obligatorio para entrar. Después de muchas explicaciones logramos que el buen señor nos hiciera el carné, previo pago de la tasa correspondiente. Nos explico que ese tramite era obligatorio por las autoridades en concordato con la Santa Madre Iglesia, que nuestros datos pasarían al registro general de “socios” y, algo bueno, nos serviría para poder entrar ya en cualquiera de los locales dirigidos a este tipo de publico, al menos durante todo el año.
Yo confío en que esto haya cambiado en la actualidad, pero cuando aquí en España la homosexualidad era libre y con los limites que cada uno se quisiera poner, en Italia ese registro mostraba lo condicionado que era ser gay y la obligatoriedad de registrarte ante los estamentos oficiales, supongo, que privaría a muchos de acudir a estos lugares para salvaguardar su reputación o incluso, su trabajo.
No recuerdo nada reseñable de aquel local donde los elegantes y bigotudos clientes se miraban unos a otros con bastante aburrimiento. Pero si resultó mucho mas interesante lo ocurrido en el siguiente lugar al que acudimos, me refiero al famoso club que no era otra cosa que una sauna bastante grande y de aspecto moderno y limpio. Lo más original de este recinto resulto ser una especie de piscina con forma de río, es decir, de no mas de un metro de ancha, con sus meandros y curvas caprichosas y con agua hasta un poco por encima de la cintura. Pronto nos dimos cuenta que este especie de río era lo mas frecuentado por los numeroso clientes. El tenerte que quitar la toalla para entrar ya le daba un aliciente inicial a pesar de que la iluminación era bastante escasa, lo normal era ir avanzando por el curso del río cruzándote con aquellos que hacían la travesía en dirección opuesta. También los había parados en las orillas a los que debías 3sortear o no. La práctica habitual era que cuando el que pasaba junto a ti te gustaba y eras correspondido, el cruce resultaba con inevitable roce entre las partes del cuerpo que quedaban bajo el agua debido a lo estrecho que resultaba la piscina. Si el roce era placentero, tan solo había que cambiar de sentido y salir uno tras otro camino de los lugares mas discretos del local. El inconveniente eran los que siempre permanecían varados en las orillas y tenían siempre el anzuelo estirado para poder restregarse con todos los paseantes acuáticos.
Tuve suerte y en la segunda travesía, un moreno de pelo rizado y blanca piel, rozo su morcillon pene por mis piernas y , como sin querer, toco de pasada con el torso de su mano mi mojado miembro. Salimos hasta una cabina libre y allí conocí el ansia de los romanos por el sexo, aquel muchacho parecía tener un atraso de años, su pasiónpor hacerlo “todo” resultaba agobiante e, incluso, dolorosa en algunos momentos.
Una vez saciados, sofocados por la intensidad ejercida y bañados de blanco, pudimos iniciar un corto dialogo del que pude entender apenas su nombre Giovanni, su origen milanes y que trabajaba y vivía en un país limítrofe pero que procuraba venir a Roma todos los sábados para regular su oculta sexualidad.
El domingo en la mañana mi amigo y yo acudimos al Vaticano para rematar nuestro viaje visitando lo único que nos faltaba, la Basílica de San Pedro. Tuvimos la suerte de encontrarnos con que esa mañana el Papa Juan Pablo II oficiaba una misa solemne en la explanada de las columnas. Sin querer nos vimos sentados en la primera fila de sillas ante el altar, allí estaba el Santo Padre rodeado de varios cardenales y otros sacerdotes oficiantes. Cuando uno de estos, encargado de leer el evangelio se adelanto al micrófono, cruzo su vista con la mía. Era la segunda vez que nos cruzábamos en ese fin de semana, el padre Giovanni leyó con buena dicción el texto y antes de dejar el atril me dedico una discreta sonrisa que correspondí agradecido. Comprobé que en su charla no me engaño, efectivamente vive y trabaja en un país vecino, El Vaticano