Vivencias de un gay

sábado, 27 de febrero de 2016

137. Últimas noticias


Y ¡qué noticias!

Ayer lunes recibí dos llamadas telefónicas. Una la deseaba, aunque no la esperaba; la otra, en cierto modo, la esperaba, pero confiaba en que solo fueran miedos míos. Me llamaron Ángel y... ¡el padre de Jesús!

Estoy asustado. Este señor me da terror, ya sé de lo que es capaz y creo que viene a por mí.
Dormitaba en el bus de Guadalajara de regreso a casa cuando sonó el móvil; el nombre de Ángel en la pantalla provocó un vuelco en mi ánimo.

sábado, 20 de febrero de 2016

136. Humo, bebida y coca


He pasado todo el fin de semana echando de menos a los niños. Bueno, siendo sincero, a quien más echo en falta es a Ángel. Me hubiera gustado que alguno de los dos me hubiera llamado; en algún momento me he visto con el móvil en la mano pensando si marco el número de uno o del otro. Digo que es Ángel al que más añoro porque lo de Jesús me da un poco de miedo, con todo eso de los detectives y su forma tan extraña de reaccionar. Tengo cierta aprensión en comunicarme con él. Además, este muchacho ya me dejó muy claro que sexo no volveríamos a tener y, tengo que reconocer, que ando bastante necesitado de cercanía corporal.

sábado, 13 de febrero de 2016

135. El vendedor de zapas


Tengo que volver a hacer ejercicio. Noto que mi cuerpo se está ajando y mi forma física es aún peor de lo que normalmente estoy acostumbrado.

Con este pensamiento busqué un hueco en la tarde de ayer y me acerqué a la tienda de deportes donde ya he comprado alguna vez. Apenas llegué pude observar que estaba el dependiente solo―un chico de agradable sonrisa y con un cuerpo atlético que se dejaba entrever fácilmente a través de una ajustada camiseta que, probablemente, formaría parte del uniforme corporativo de la empresa―. Nunca antes lo había visto.

sábado, 6 de febrero de 2016

134. Fantasmas en cada esquina


Tras la angustiosa carrera en moto y la reveladora conversación con Jesús quedé bastante impactado y apenas podía asimilar todo aquello. Al menos en el interior de aquel aparcamiento público pudimos estar tranquilos y nadie nos interrumpió. La salida fue menos aventurada, pero más incómoda para mí. Él salió en la moto y yo debía esperar un tiempo prudencial ―tan solo aguanté cinco minutos en la oscuridad del aparcamiento― para salir andando. Desde la salida hasta mi casa, incluyendo el trayecto en el metro, estuve obsesionado mirando hacia atrás por ver si pillaba a un sospechoso de estar siguiéndome. ¡Lo que me faltaba para alimentar mis paranoias! Antes de entrar en mi portal, recordé que el día que estuve con Jesús y lo acompañé a coger un taxi, al regreso vi a un tipo mirando hacia la casa que me mosqueó. No quiero relacionarlo porque, lo más probable, es que no tenga nada que ver, pero creo que, a partir de ahora, voy a ver fantasmas en todos los sitios. ¡Vaya consecuencias que me están trayendo mis relaciones infantiloides por las que me he aficionado últimamente!