La conversación con Gaspar en el acogedor café Viena no solo se limitó a rememorar su juventud sobre la España homosexual de la posguerra, hubo otro aspecto de la charla en la que participamos más Paquito y yo referente a nuestros primeros recuerdos sexuales de la infancia.
Gaspar nos habló de su niñez en un pequeño pueblo de Castilla donde el maestro de la única escuela existente, se encargaba de iniciar a casi todos su alumnos en el mundo de la sexualidad. La cuestión era que todas sus lecciones eran particulares y sin teoría, únicamente clases prácticas. Nos decía nuestro interlocutor que algunos niños se quejaban de este tipo de docencia, pero a él le gustaba y le siguió gustando de por vida. Sabía que ese maestro había marcado su rumbo sexual para siempre, pero no tenía el menor reproche por ello.
Paquito recordaba sus primeros escarceos sexuales ligados a un primito de su misma edad aunque mucho más espabilado que él. Cuando sus padres decidían que se quedaran juntos a pasar la noche, Paquito siempre tenia la esperanza de que su primo tomara la iniciativa de investigar sus pequeños e informados cuerpos. Tras jugar a lo bestia, el primito se relajaba y ya en la cama, cuando sus papás los creían dormidos, le bajaba el pantalón del pijama y comenzaba a manosear su pequeño trasero. Poco después buscaba la mano de Paquito, la llevaba a su pene tieso y le indicaba el movimiento oportuno. Pasados los catorce años la relación se cortó y en la actualidad el primo es padre de seis hijos y evita siempre que puede a Paquito, aunque mi amigo está seguro que solo él recuerda aquellos vaivenes infantiles, piensa que es por su actual vida fuera del armario, desde que terminó la mili, la causa de este distanciamiento.
Mis primeros recuerdos relacionados con la sexualidad se remontan a mis siete años. Por aquel entonces vivía en un grupo de viviendas que el ejercito cedía a sus miembros, les llamaban las casas militares. Eran pisos modestos cuyos espacios se difuminan en mis recuerdos, aunque si tengo muy clara la visión de dos de las estancias: la cocina con un infiernillo de petróleo sobre el fogón inactivo de carbón, y los cuartos trasteros, antiguas carboneras, situados en los sótanos de cada portal.
Y, precisamente , en este escenario se desarrollan esas primeras actividades sexuales que durante muchos años estuvieron desaparecidas de mis recuerdos hasta que un día acudieron con todo tipo de detalles a mi memoria.
Aquellas viviendas disponían de un patio interior donde permanecíamos siempre todos los niños cuando el colegio no ocupaba nuestro tiempo. Era un claro precedente de las modernas urbanizaciones aunque sin piscina ni zona de parque infantil.
De vez en cuando y promovido por un par de chicos mayores, nos juntábamos en algunas de las carboneras vacías, generalmente después de jugar los partidos de fútbol ya por el atardecer. La rutina era siempre igual: nos sentábamos en círculo, nos bajábamos los pantalones y empezábamos a menear de arriba a abajo nuestros pequeños penes. Recuerdo las dificultades que yo tenia para lograr el nivel de erección que la mayoría lucía, pienso que debía ser de los más pequeños porque apenas entendía la finalidad de ese trajín. Lo fascinante ocurría alrededor de los dos chicos mayores, el tamaño de sus apéndices me parecía gigantesco, los rizados pelos que los rodeaban les daban un prestigio ante el resto absolutamente lampiños y la admiración llegaba al máximo cuando veíamos como surgía de los enormes glandes los chorros de leche que culminaban los agitados movimientos.
Yo aún tardaría varios años en sentir ese placer que la primera vez me dejó completamente asustado pero que me enganchó con fuerza para siempre.
Me convertí en un pajista compulsivo, cualquier momento del día era el oportuno y en la actividad conjunta de las carboneras o en solitario disfrutaba del descubrimiento con fricción. Recuerdo que los mayores nos obligaban a los pequeños a que sustituyéramos su mano en el rítmico movimiento y más de una vez me enfadaba con ellos por no avisarme con tiempo de retirarla antes de que su viscoso líquido quedara sobre mis dedos.
Poco después apareció de improviso mi propia leche aunque para entonces los juegos de las carboneras ya habían sido descubiertos y desaparecido.
Mi febril actividad onanista se alimentó durante mi niñez de las imágenes captadas en aquellos subterráneos cuartos y, sobretodo, de las ayudas a los chicos mayores cuyo calor de sus grandes penes aún creo sentir en las palma de mi mano.
Los tres contertulios nos iniciamos con actuaciones directas y con personas de carne y hueso, algo menos habitual hoy día por la lluvia de imágenes de todo tipo y el fácil acceso al mundo virtual.
Fructifico encuentro con Gaspar que nos trasportó en un viaje al pasado muy satisfactorio.