Vivencias de un gay

sábado, 28 de enero de 2017

185. Servicio de limpieza

Cuando Paquito recibió la notificación de Hacienda, inmediatamente me llamó:
No entiendo nada de esta jerga oficial, ¿podías pasarte por casa para que lo veas tú que entiendes más de estos formulismos?
Era una tarde sin proyectos y comprendí que mi amigo estaba apurado. A las seis de la tarde me presenté en el piso de Paquito.  Lo primero que me sorprendió fue ver el piso mojado.
Llego en mal momento, ¿estás haciendo limpieza? – le pregunté -si quieres espero un poco a que se seque el suelo.
¡No tranquilo, pasa! –me contestó  - y pisa sin cuidado, este idiota lo volverá a fregar, y si protesta lo fregará con la lengua.
Cuando mencionó la palabra idiota, señaló a un extremo del pasillo que yo no había visto. Al girar la vista hacia ese lugar pude distinguir a un hombre de  rodillas con un paño húmedo limpiando el suelo. Como única indumentaria llevaba puesto un pequeño delantal que apenas le cubría escasamente sus genitales.
Mi incomodidad resultaba evidente, tiré del brazo de mi amigo para llevarlo a otra habitación fuera de la presencia de aquel extraño señor, pero en vez de atender mi señal, Paquito se dirigió en unos términos muy desagradables al hombre que seguía frotando el piso:
¡Subnormal, acércate de rodillas y lame los zapatos de la visita que acaba de llegar!
Sin tiempo a que pudiera reaccionar el tipo del delantal vino raudo a mi lado y acercó su boca a mis zapatos. Ante mi indecisión sobre si retirar mis pies de ese individuo o dejar que hiciera lo que se le ordenó, Paquito volvió a hablar dirigiéndose a mí:
Quédate quieto, y como yo vea que se queda una mota de polvo le doy una patada que le reviento el hígado.
Tras soportar unos segundos la humillada actitud de ese hombre, me retiré a otra estancia de la casa, esperé a que llegara Paquito y le increpé bastante molesto:
Escucha Paco, si te he pillado en alguna sesión rara, me largo y ya volveré mañana, yo no voy a participar en este numerito que tenéis montado.
Tranquilízate, solo es uno de esos esclavos que se ofrecen por internet. Te limpian la casa gratis, tan solo exigen que los maltrates, que los humilles lo máximo posible y si les pegas ya es el colmo de la dicha para ellos. ¿no te has fijado la erección que haagarrado cuando te lamía los zapatos?
Pues no – respondí – no me he fijado, francamente no me agradan este tipo de personajes ni estas situaciones, no sabía que te gustaba el sado. 
No me entusiasma, pero me viene muy bien que de vez en cuando den un buen repaso al piso, y este concretamente es muy bueno limpiando. Espera, ahora vuelvo.
Cuando salió de la habitación cerré la puerta para tratar de no escuchar los gritos que mi amigo le daba al infeliz esclavo. Aproveché para ver la comunicación de Hacienda, un aviso sin importancia que no perjudicaría a Paquito.
Cuando regresó me explicó:
Es que si no lo maltratas lo suficiente luego ya no quiere volver, acaba de limpiar el baño y es costumbre que en ese momento le mee encima. Eso le encanta y se remoza  en los orines antes de volverlo a limpiar.
Cuando le expliqué tranquilizándole la carta de Hacienda, me despedí. 
Aquí te dejo con tu esclavo.
Ya está terminando, ahora cuando todo esté limpio, le echaré una buena bronca y le pegaré un poco en el culo, eso le excitará más y mientras le golpeo se masturbará. Y hasta que le vuelva a llamar.
Decididamente el cerebro humano es un mundo tan inmenso como desconocido.

sábado, 21 de enero de 2017

184. Caballos y jinetes

                                                        
Al parecer el único que no estaba enterado del nuevo juego del muelle, o también llamado de la ruleta, era yo.  Pero en este momento os puedo asegurar que ya soy todo un experto.
El viernes me llamó Ángel:
Rafa el otro día unos chavales que conocí en Chueca me invitaron a su casa para tomar algo y jugar al muelle, no veas lo bien que me lo pasé.
¿Al muelle? ¿Y  qué clase de juego es ese?
Bueno también lo llaman la ruleta  sexual – trató de aclararme el niño.
Imagino que nada que ver con la ruleta tradicional donde se juega el dinero ¿no?
Bueno a la que yo estuve jugando le añadimos el aliciente del dinero. En realidad es un invento que ha llegado de Medellín, la ciudad colombiana. Lo practican normalmente los adolescentes heteros, pero, ya sabes Rafa, que las cosas corren como la pólvora y aquí ya nos lo hemos apropiado.
Bueno pues ya me invitarás la próxima vez – le contesté por cortesía.
¡Claro! Precisamente por eso te llamo, mañana me han vuelto a invitar y me han dicho que si puedo que lleve a un amigo. – exclamó exultante Ángel.
Contagiado por su entusiasmo y sin más explicaciones, llegamos el sábado en la tarde hasta una casa unifamiliar cerca de Vicálvaro en el pequeño utilitario del niño. Nos recibió un espigado chaval de amplia sonrisa y educados modales que supuse, con acierto, era el inquilino de la casa.
Tras tomar unas cervezas en espera de que fueran llegando todos los invitados, los expertos del juego se dispusieron a preparar el escenario. Retiraron una mesa y colocaron cinco sillas en círculo. Ocho éramos los participantes, por fortuna había un chico de mi edad porque el resto no pasaría de los 35 años.  Reconozco que todos mantenían un aspecto bastante atractivo y, sobretodo, el ambiente era simpático y agradable. Los dos mayores éramos los nuevos en el evento y todos nos dedicaban una atención especial que resultaba reconfortante.
Para los que no saben muy bien de que va esta juego – empezó a explicar el dueño de la casa refiriéndose a  y al otro novato – hoy seremos cinco caballos y cuatro jinetes. Todos tenemos que estar desnudos, al menos de cintura para abajo. Los caballos se sentaran uno en cada silla del círculo, tendrán que tener la polla bien erecta y los jinetes cabalgaran encima de cada una de esas pollas durante treinta segundos, rotando constantemente. Se van eliminando aquellos caballos que antes  vayan perdiendo la erección, bien porque se corran o porque se les caiga la polla y no puedan entrar en los culos de los jinetes. Solo habrá un ganador, el que se corra el último. Los demás pagaran cincuenta euros para irnos después a cenar.
Entre risas y alborozo nos quitamos pantalones y calzoncillos. Cinco de nosotros ocupamos nuestras sillas y otros tres, entre los que estaba Ángel, se mantuvieron en pie. Repartieron los condones e inmediatamente todos empezamos a maniobrar nuestros miembros en busca de la exigida erección. Todos hacían sus progresos menos yo que no lograba pasar de morcillona. Los jinetes mientras tanto, preparaban con vaselina sus agujeros. Cuando Ángel vio mis dificultades, acudió a mi lado, se agachó y comenzó una felación para que yo comenzase el juego en igualdad de condiciones que el resto. Fue una mamada que nos sirvió a todos, a mi como sujeto activo y a los demás como mirones para excitarnos suficientemente como para empezar el juego.  Alguien gritó “ya” y pude ver como el niño se sentaba sobre mí, se metía mi polla y cabalgó frenéticamente hasta que un nuevo grito: “cambio” le obligó a dejarme y pasar a la silla del vecino para meterse su miembro y subir y bajar a buen ritmo entre los suspiros de todos los caballos. Así fui metiéndosela a los chavales llamados jinetes entre gritos de placer y risas de nerviosismo de casi todos los participantes. El caballo contemporáneo mío en edad fue el primero en correrse y fue precisamente en el turno de Ángel. Recordé que mientras tomábamos la cerveza preliminar me había comentado lo guapo que el niño le parecía. Discretamente retiró su silla del círculo y se quedo como mero espectador.  El segundo eliminado resulto ser un joven de incipiente barriguita y pequeño pene, no por llegar al orgasmo, sino presa de un violento ataque de risa que le desconectó totalmente del juego. Yo fui el tercero, en la enésima vuelta mi cabeza empezó a hartarse del jueguecito y mi pene perdió la necesaria consistencia como para poder entrar en ninguno de los dilatados culos de los jinetes. El dueño de la casa fue el vencedor, su erección se mantuvo incluso después de ducharse en uno de los cuatro baños que tenia la vivienda. 
La cena, en un restaurante cercano, resultó muy entretenida y para  lo mejor de la jornada aunque no para el resto que estaban todos entusiasmados con el desarrollo del juego y preparando ya la siguiente reun

sábado, 14 de enero de 2017

183. Al otro lado de la cama

Ahora le ha dado a todo el mundo por celebrar sus cumpleaños y Paquito no podía ser menos. El sábado estábamos citados en su casa tanto Ángel como yo, pero al final el niño tuvo un compromiso familiar y me presenté solo en la vivienda de Paquito.
Para cuando acudí ya estaban unos seis amigos del anfitrión de los cuales conocía a cinco. El desconocido era un vecino de Paquito que apenas llevaba tres meses en la finca y al encontrarse ambos en una ocasión por Chueca y reconocerse de la escalera, se hicieron amigos. Se llama Simón y pronto me di cuenta que su conversación tenía cierto interés por encima del resto de asistentes todos muy afines a Paquito y con el cotilleo como principal argumento en sus apasionadas tertulias.
Poco antes de las diez de la noche llegó a la casa el catering encargado por el cumpleañero. En mi opinión un poco tarde pues para entonces  ya los combinados  habían terminado con algunas botellas de ginebra y ron. 
A pesar de que la comida era variada y con un aspecto apetitoso, los asistentes bebíamos más que comíamos, quizás la alta calefacción de la vivienda tuviera algo que ver en nuestra actitud.
Simón también estaba por encima del resto en lo referente a su aspecto físico. Confesó 44  años,  sumándole los tres o cuatro que todos nos quitamos como norma aceptada en el ambiente, su cuerpo mantenía un equilibrio que denotaba alguna actividad física con cierta regularidad, aunque sin exageraciones. Los cotillas amigos de Paquito le habían echado el ojo y no parecían muy contentos conmigo por acapararlo aunque respetaban la distancia. 
Este chico me contó algunas cosas de su vida tal como ocurre cuando alguien se conoce, me habló de sus sucesivas parejas, sus temporadas buenas , sus rupturas y en la actualidad mantenía el status de emparejado pero a distancia. Por cuestiones de trabajo tuvo que abandonar Valencia y trasladarse a la capital, allí quedó su actual pareja y aunque el compromiso sigue en pie, ambos omiten hablar de fidelidad, actitud que, según me contó con un cierto matiz amargo, ya había quedado malparada incluso cuando vivían juntos, algo por otra parte, tan usual en este mundo gay. 
Poco a poco la conversación se fue ralentizando, sobre todo por los efectos del alcohol que ya habíamos ingerido. Cuando la reunión tocaba a su fin, le comenté a Simón:
Qué suerte tienes que con tan solo bajar dos pisos ya estarás en tu casa, me da mucha pereza tener que salir a buscar el búho y esperar hasta Dios sabe cuando para que llegue, más que nada, porque ya voy bastante cargadito.
No tienes porque hacerlo – me respondió inmediatamente – puedes quedarte a dormir en mi casa y mañana, después de desayunar, te vas.
No  me tientes porque la idea me atrae y puedo aceptar tu invitación.
Pues no se hable más, te bajas conmigo – nos levantamos, nos despedimos de Paquito y los tres amigos que se quedaban con él y bajamos al piso de Simón.
Apenas cerramos la puerta de entrada, Simón se volviócon un fingido gesto compungido diciéndome:
Solo hay un problema, tengo una única cama que deberemos compartir, aunque es bastante grande y cómoda.
Con paso inseguro y entre brumas por la cantidad de bebida que ya se manifestaba de forma muy evidente, llegamos al dormitorio.
Por cierto,- acerté a balbucear – no tengo pijama.
Aquí no se usa eso.
En ese momento se paró frente a  y buscando torpemente mi boca nos besamos mientras íbamos despojándonos de la ropa.  Cuando nos tumbamos en la cama ya estábamos desnudos. 
Recuerdo que busque su flácido miembro, lo introduje en mi boca con la intención de excitarlo. También recuerdo entre visiones borrosas que peleé con ahínco para lograr mi propósito con escaso éxito.  
A partir de ese momento ya no soy capaz de recordar nada más, hasta el momento en que ,un fuerte rayo de sol en los ojos que se colaba por la ventana del dormitorio, me rescató del mundo de los sueños. Cuando la pesadez de mi cerebro me permitió ser consciente de donde estaba, encontré al otro lado de la cama a un semidormido Simón.
Me levante con sigilo, me vestí y cuando abrí la puerta para marcharme, escuche la ronca voz del dueño del piso:
Te pido disculpas Rafael por haberme quedado dormido apenas caí en la cama, bebí demasiado y apenas recuerdo que nos tumbamos en la cama, supongo que te decepcioné, lo siento.
No te preocupes Simón, otra vez será.

sábado, 7 de enero de 2017

182. Metro caliente

                                        

Nuestra querida alcaldesa de Madrid ha decidido cerrar la Gran Vía y otras calles del centro. Yo como usuario habitual del metro, lo estoy notando en la mayor ocupación de los vagones en mis trayectos ordinarios.
El sábado, en uno de esos trayectos, camino del centro donde había quedado para tomar una copa con Paquito, tuve que hacer un auténtico esfuerzo para poder colocarme en el pasillo del vagón completamente atestado de  gente. 
De pronto me pareció como si unos dedos rozaran suavemente mi pantalón, justamente por encima de mi reposada polla. En principio pensé que sería algo sin intención y agudicé la atención.  Cuando aquellos dedos, ya no solo rozaban, sino que contorneaban el volumen de mi miembro, supe que había una clara intención nada inocentes.
Las apreturas en la que viajábamos hacía imposible ver nada hacia abajo, tan solo los rostros y los hombros de quien me rodeaba podía observar. Analizando por su posición cual de las cuatro personas pegadas a mi podíanser la dueña de los inquietos dedos, inmediatamente deseché a una señora con su niña en brazos, más apurada de mantener cómoda a su criatura que de ninguna otra cosa.  Las personas restantes eran: Una chica joven con demasiado maquillaje, un señor de aspecto serio, pelo  canoso y gesto malhumorado, probablemente por el agobio que todos estábamos sufriendo, y un chaval de apenas veinticinco años, con sus auriculares bien sujetos en sus oídos  y con los ojos semientornados  concentrados en la música o, quizás, en la actividad de sus dedos. Las manos de los tres quedaban fuera de mi vista y de la vista de nadie, solo yo y el autor o autora de la osadía, éramosconscientes de lo que estaba ocurriendo en esa zona baja del vagón. 
Cuando el tren paró en una estación de escasa relevancia, pensé que se movería la gente y quizás se terminaría la actividad de aquella persona, pero ni siquiera se abrió la puerta más cercana a nosotros.
El magreo ya era absoluto y con la clara intención de notar cada vez más volumen en mi rabo. Miré intensamente al rostro de cada uno de los posibles lanzados, pero ninguno se dio por aludido, tan solo la muchacha se percató de mi mirada regalándome un gesto de desprecio propio de las chicas cuando se creen acosadas. El señor continuaba con su gesto de desagrado ante tales apreturas, su posición respecto a mi era de escorzo y no pudo darse cuenta de mi mirada inquisidora. El chaval de auricular y pelo cortado irregularmente, continuaba concentrado en su música con leves y rítmicos movimientos de cabeza. 
Pensando en quien sería, traté de intuir el grosor de los dedos que no paraban en su fricción. Podían pertenecer a cualquiera de los tres, si le daba el protagonismo a la chica sentía como mi polla se relajaba y mi incomodidad aumentaba. Si pensaba en cualquiera de los dos vecinos masculinos me ocurría todo lo contrario, la situación se me antojaba muy satisfactoria y mi rabo aumentaba de tamaño ante el entusiasmo de los ágiles dedos. Dejé que fuera mi pene el que eligiera el causante de su alborozo. La situación se tornó muy morbosa  y me concentré en disfrutar de la agitación que sobre mi bragueta se estaba desarrollando.
Cuando esos dedos subieron hasta el principio de la bragueta, se introdujeron por el borde del pantalón hacia abajo para encontrarse de lleno con mi excitado capullo que había tomado esa dirección en su estiramiento. Las yemas juguetearon con el líquido pre seminal, que había brotado con la excitación, durante unos segundos para luego empezar a masajearlo arriba y abajo.  Temí derramarme y mis brazos continuaban atrapados por encima de los pegados hombros que me rodeaban, sujetasambas manos a la barra del techo.
Cuando el orgasmo me parecía inevitable, el tren paró en la estación de Sol y todo el mundo se movió, ninguno de mis vecinos permaneció donde estaba y yo mismo salí del vagón empujado por todos los que bajaban.
Se lo estaba contando a Paquito en el bar de copas cuando sentí una mirada fija al otro lado del local, el señor de pelo cano y aspecto distinguido me miraba con una preciosa sonrisa en su rostro , nada que ver con su gesto adusto del tren. En principio me quedé un tanto sorprendido pero no tanto como para no devolverle la sonrisa con la intención de que viera mi claro agradecimiento.