Vivencias de un gay

sábado, 26 de marzo de 2016

141. Un beso blanco

Ante la petición de Ángel para ducharnos juntos esa tarde de inesperada visita a mi casa, dejé que fuese él quien tomara la iniciativa.

sábado, 19 de marzo de 2016

140. Trabajos «especiales»


Jesús ha desaparecido.

Estas fueron las primeras palabras que me dijo Ángel ayer domingo por la mañana cuando me llamó. A las once me despertó el sonido de mi móvil, justo cuando menos esperaba que me llamase nadie y, mucho menos Ángel, con el que estuve el sábado hasta casi las tres de la madrugada.

Pero vamos por orden cronológico para que no me pierda en la narración.

sábado, 12 de marzo de 2016

139. Pareja vs. chaperos


Paquito es la persona que sabe todo lo que me está pasando últimamente.

Ayer me invitó a cenar a su casa. Es un gran cocinero, como lo demuestra su oronda barriga. De todos modos, no es por la comida por lo que me apetecía estar con él. Estando solo no hago más que darle vueltas a las cosas y su conversación, a pesar de que suele terminar en discusión, me entretiene lo suficiente para dejar descansar a mi cerebro.

Es buena persona, pero no deja de mortificarme. Insiste en defender sus teorías sobre las ideales relaciones entre hombres y, todo lo que me está ocurriendo, de alguna manera, le da la razón.

sábado, 5 de marzo de 2016

138. Una bestia en el camino


No sé si por ser festivo o es que descansan los miércoles, el caso es que cuando aparecí por la cafetería Chicote, poco antes de las once de la mañana, el local estaba cerrado y sin ninguna señal de que fuera a abrir en breve. Me tocó ir corriendo a buscar otro bar para ir al servicio porque la entrevista me ha soltado el vientre y los nervios se han cebado en mi intestino.

Cuando regresé a la puerta del lugar de la cita, no divisé a nadie ni por los alrededores en actitud de espera, a pesar de los quince minutos de retraso. La posibilidad de que el señor no viniera empezó a ilusionarme. Acababa de decidir que serían diez minutos más de espera el margen que le concedía, cuando un tremendo coche negro con los cristales traseros oscurecidos paró frente a la puerta de la cafetería. El corazón me dio un vuelco antes que se abriera la puerta: sabía que era él. Un hombre muy alto, con el pelo ligeramente blanqueado por algunas canas, con un rostro muy serio, de facciones extranjeras y vestido con un impecable traje gris, se bajó del auto dirigiéndose directamente a mí.