87. Carne en busca de carne

Algunos de los comentaristas me decís que busque de manera sana otras alternativas al niño, otros me proponen que hable con Ángel para acercar más nuestra relación. Pero todo es fruto de los irregulares comportamientos del niño que me tienen indeciso y despistado sin saber qué rumbo debo tomar.

Dado que este viaje se ha interpuesto entre el niño y yo, dificultándolo todo, los diálogos y los acuerdos, de momento, son poco menos que inviables. Hay que dejar pasar estos días para nuevos replanteamientos y seguramente las cosas sucederán de manera natural sin que haya que forzar nada para bien o para mal. Ayer volvimos a hablar por teléfono y nuestra conversación resultó aburrida y sin matices, tal como se hablan los matrimonios con veinte años de convivencia. Me cuenta que lleva un ritmo de vida muy monótono, cada día repite lo del día anterior y está esperando lograr los billetes para ir a Londres con la esperanza de romper el ritmo plano que siempre se vive en Santander.

No le he contado lo del taxista de Villalba ni lo del intercambiador de Moncloa al regreso. Claro que esto último tampoco lo he contado aquí. Pues pasó lo habitual, lo que hace todo el mundo que acude a este tipo de servicios a los que no se va precisamente a mear. Pero puestos a depauperar mi imagen, lo cuento aunque tampoco es nada fuera de lo normal. Ya he hablado muchas veces de la marcha que hay en los servicios de esa estación; yo creo que ahora se ha intensificado la actividad porque vi más tíos  metidos en el rollo que nunca ,ni una cabina libre y en contra de lo observado otras veces donde los abuelitos eran mayoría, ahora abundan los tíos más jóvenes y algunos estaban buenísimos.

En cuanto quedó libre un cagadero, entramos un señor y yo que ya habíamos conectado con la mirada en los lavabos. De unos cuarenta y pocos años, alto, acuerpado y con una polla normal tirando a grande. Recuerdo que yo andaba caliente y no descargué en la casa del taxista y este señor estaba incluso más urgido que yo. Nos las mamamos alternativamente y en menos de cinco minutos salíamos de la cabina corridos, tranquilos y como si no hubiera ocurrido nada. Eso es lo bueno de este lugar, todo el mundo tiene prisa y nadie es exigente a la hora de elegir; tú le comes la polla, te la comen a ti y ni escuchas la voz del que está magreándote, no tienes ni que dar teléfono ni nada de nada, entre un autobús y otro te desfogas y a los tres minutos ya ni te acuerdas de la cara del tipo, en todo caso recuerdas la polla y algún detalle de su cuerpo si te gustó. Reconozco que es lo más bajo que existe, lo más cutre y denigrante, pero ¡es tan fácil que resulta tentador!

En fin, nada extraordinario, lo que podríamos llamar nuestro pan de cada día y es que ya lo dice todo el mundo, el planeta se está calentando cada vez más. Cuando éramos adolescentes solucionábamos el problema a base de trabajos manuales, pero ya somos muy grandes para hacer ese trabajo solos y como nos lo ponen tan fácil...

Para variar podría buscar en los cines o en los teatros o en los parques. Vale, pero no sé si son los lugares idóneos para encontrar algo. Al cine y al teatro la gente suele ir acompañada y lo de los parques, a no ser la Casa de Campo o El Retiro por la noche, dudo si resultará rentable la búsqueda.

Pensarais que estoy un poco como antes de conocer al niño; más que por el sexo, que tampoco es que sea una maravilla con él, lo echo de menos por tener una razón de vivir, por saber que te esperan y que tienes que esperar, por sentir que eres importante para alguien y no como me siento ahora y me sentía antes: un trozo de carne en busca de otro trozo de carne.

Este fin de semana acepté la invitación de Paquito a ir con él a dar una vuelta por los lugares fetiche de Chueca. Pero el paseo por este barrio resultó ser un verdadero rollo. Es verdad que han abierto nuevos locales en la zona, pero todos siguiendo la misma dinámica de los existentes de toda la vida. Entramos en uno de estos nuevos lugares donde el personal era auténtica geriatría jurásica, si bien es cierto que algún despistado de mi edad deambulaba tan aburrido como yo y procurando no posar la mirada en ningún cuerpo para no herir su maltrecha libido.

Aquello era un auténtico infierno, por el calor que hacía, por esa niebla artificial que no dejaban de expandirse y por la cantidad de personas asistentes para el reducido aforo del local. Para calmar la asfixia en grado máximo que llevaba encima, decidí bajar al sótano donde suponía yo que estaban los lavabos, con la intención de mojarme la cara en busca de alivio. Cuando vi el gentío y las intenciones de aquellos que ni pasar me dejaban, desistí de la idea y volví a subir al piso superior para despedirme de Paquito y largarme del lugar cuanto antes.

Lo encontré hablando muy interesado con un señor y esperé para no interrumpir de forma maleducada tan animada charla, atento para tratar de aprovechar cualquier resquicio que me dejara la conversación entre ambos.

No me di cuenta de la presencia del anciano que frente a nosotros observaba mi espera, hasta que no coincidieron nuestras miradas. Antes de bajar los ojos rápidamente pude ver su tétrica sonrisa en unos labios prisioneros entre dos protuberancias, la nariz larga y repleta de hoyos y su barbilla grande y levantada hacia su apéndice nasal más propia de las brujas de dibujos animados. Ante la insistencia de su mirada le devolví por cortesía la sonrisa y ese es uno de los errores que nunca se pueden permitir en un lugar así. El anciano levantó trabajosamente su cuerpo arrastrando sus pieles colgantes, marcadas a través de una amplia camisa, como en una cascada alrededor de toda su anatomía. Cuando estuvo lo suficientemente cerca como para que lo escuchase me dijo susurrando:
―Si no quieres esperarlo a él ―señaló a Paquito―, yo estaría encantado de ser tu pareja por esta tarde.
Antes de poderle contestar no pude por menos que mirarlo de arriba abajo para hacerle entender que su ofrecimiento era de difícil comprensión. La parte superior de su pantalón quedaba cubierta por los caídos y lacios pliegues testigos de una desaparecida gran barriga.
El señor entendió a su manera el mensaje de mi mirada y añadió:
―En mi casa tengo viagra y dentro de dos horas podría estar útil para ocho o diez minutos intensos.

Mientras le agradecía su «generosidad» y me disculpaba por tener otros planes para esa tarde, pude ver cómo la conversación de Paquito había concluido y pronto salimos de allí con mi amigo extrañado y acuciado por mis prisas para desaparecer del lugar.

En la puerta de salida un bello adolescente me recordó de pronto al niño y la nostalgia me invadió.

Pasé el resto de la noche con Paquito, cenamos en un restaurante chino y luego estuvimos tomando cervezas por La Latina hasta que cruzamos Santo Domingo y acabamos la jornada en el Warms. Yo no pasé de la barra y en ningún momento me dieron ganas de adentrarme en el laberinto del cuarto oscuro.

Cerca de las cuatro de la madrugada me estaba acostando. Entre el desasosiego y mis pensamientos ubicados en Santander, no pude pillar el sueño hasta bien entrada la mañana del domingo.

Por la tarde ocurrió lo mejor del fin de semana. Cuando sonó el móvil y escuché la voz de Ángel, tuve un subidón de emoción . Su tono me pareció triste y melancólico, aunque probablemente fuese fruto del aburrimiento que estaba padeciendo, lo que justificaría su tono en la voz. Durante la semana pretende escaparse un par de días para venir a Madrid antes de ir a Londres. Admito la ilusión que me hizo escuchar eso.Imaginé que viniese de sorpresa. Tengo ganas de verle, de tocarle, de besarle. Aunque tengo la sensación de que tras tantos días separados, cuando estemos frente a frente nos vamos a sentir raros, quizá distantes, desconocidos. ¿Por qué será que cada vez lo siento menos mi niño? Era un premio demasiado gordo para mí, pero si me toca renunciar sabré vivir sin él. Eso creo.