88. Maestro del ambiente

El otro día tuve una pesadilla terrible con el anciano de pieles ajadas que me abordó en el local, aquel que mostraba su poderío porque disponía de Viagra en su casa.... Me desperté sudando y aterrorizado. Eso me pasa por atender a todo el mundo.

Esta sociedad te va convirtiendo cada día en un ser de peores sentimientos, de egoísmo llevado hasta los extremos... Mientras te vas haciendo mayor, tu carácter se agria, se convierte en más egoísta y menos esfuerzo haces por los demás. Es un lástima, pero la constante disconformidad humana hace que nunca estemos satisfechos con lo que nos pasa. Ocurre lo mismo en nuestras relaciones. Cuando estás solo, ansías una pareja para compartirlo todo. Cuando estás emparejado, lo que deseas es estar solo y no tener la obligación de compartir nada.

En la conversación que ayer tuvimos Ángel y yo surgió algo que en un principio me extrañó y que no ha dejado de darme vueltas en el coco durante todo el día. Me preguntó el niño que si dejaba que le diera mi número de teléfono a su amigo Jesús.

―No veo por qué no se lo puedes dar ―argumenté un poco sorprendido y con algunas dudas en la cabeza―. Pero ¿se puede saber para qué quiere ese chico mi número telefónico?
―Jesús y yo estamos hablando mucho últimamente y le cuento cosas del mundo gay que apenas conoce, cosas que tú me has enseñado. Por otra parte, también le hablo de ti, de tu vida, de cómo eres y en alguna ocasión ha mostrado interés por charlar contigo en persona. No sabe nada del ambiente, siempre le ha tenido fobia a todo lo relacionado con la homosexualidad, seguramente por miedo, ya que en el fondo él desde hace muchos años conoce su orientción. Ahora, con lo que yo le estoy contando, su curiosidad está equilibrando su miedo ancestral y quiere conocer más. Entiende que puedes serle de ayuda puesto que no conoce a nadie del ambiente.
―Y... ¿tú ves bien que hable conmigo de esos temas que pueden llegar a ser muy delicados? ―le pregunte un poco guardándome las espaldas―.
―¡Claro que lo veo bien! Soy yo el que lo está animando a que hable contigo. Tú sabes mucho de la vida y, sobre todo, de una parte especial de la vida que es justo donde Jesús está más verde. Si no tienes muchos inconvenientes, creo que el momento es bueno para que habléis. Mi amigo necesita aclararse en muchas cosas, lo está pasando muy mal porque es la primera vez que alguien sabe de su debilidad. Está sintiendo la atracción de un mundo que siempre aborreció, pero que lo llama con un irresistible canto de sirenas. Él se centró únicamente en mi persona sin querer reconocer jamás que le gustan o le pueden gustar otros hombres.
―Bueno, pues dile que si quiere llamarme, por mí no hay problemas, pero dudo de que yo pueda hacer mucho por él.
―Si yo estuviera en Madrid, todo sería más sencillo. Hubiéramos quedado los tres, pero aún no tengo claro que pueda ir ni un par de días como es mi deseo.

A mí francamente no me apetece entrevistarme con este chaval. Yo no soy un psicólogo para ayudar a nadie, pero por el niño haría cualquier cosa. El problema es que no voy a saber qué decirle. Además, está el enrevesado asunto de que a los dos nos gusta Ángel. ¿Qué debo decirle? ¿«¡Tío, aléjate de mi chico!»? En fin, me parece todo un poco complicado. Espero que este chaval no me llame. Preferiría verlo con el niño presente y así se lo haré saber en cuanto vuelva a hablar con él.

Ayer estuvimos Paquito y yo sentados en la terraza de la plaza de Chueca, aprovechando un paréntesis que nos regaló el frío de este invierno para hacer planes de Marruecos, pero con este amigo mío es imposible hablar en un lugar así. Todos los hombres y muchachos que pasan le gustan, no hay uno que se libre de una calificación por su parte y el lugar es como para no centrarse nada más que en el constante desfile de reinas y algunos que otros (los menos) tipos normales interesantes.