85. Urgencias genitales

La idea de ir Marruecos ha sido de Paquito. Bueno, en realidad yo quería volver a Túnez, pero mi amigo me convenció de que Marruecos es parecido y, de paso, conoceremos otro sitio distinto. Lo de los camellos, el desierto, la arena y esas cosas a mí no me motivan nada, pero a Paquito lo entusiasma; le ha salido una vena aventurera tardía y ya se cree Indiana Jones. Está muy preocupado por saber qué ropa es la adecuada para llevarse al desierto.

Estamos en plena ola de frío y eso llevó nuestra conversación al deseado verano, a las piscinas que mi amigo suele frecuentar en esa época del año. Alterna las nudistas con la de Casa de Campo y la del mercado de la Cebada, lugar donde tenía más éxito que en las restantes, aunque a esta parece que tras derrumbarla no la van a reconstruir. En las nudistas solo hay mayores -yo mismo lo pude comprobar-, lo que está muy bien para ellos, pero no son del gusto de mi amigo. En la de Casa de Campo solo hay culto a la belleza física, todos van únicamente a lucirse y sus ojos solo se estremecen de placer cuando pasan frente a un espejo.

Si lo del niño continúa en esa línea descendente en la que estamos cayendo, este próximo verano será cuestión de desempolvar el bañador y acudir a esa piscina a ver si alguno de los señores que no solo quieren refrescarse, se fija en mí y quién sabe lo que pueda pasar. Si Paquito, con lo espantoso que es, saca buenos hombres, muy mal se me tendría que dar para fracasar también aquí, donde al parecer heteros y gais van a descargar y adiós. El problema es que yo pierdo mucho sin ropa, en las saunas entre el vapor y las oscuridades habituales puedo disimular un poco y a veces logro engañar a algún incauto, pero a plena luz del día se me ven todos los defectos que son muchos. Con ropa los delgados siempre quedamos bien, claro, sin abusar de la ropa muy ajustada que es una chivata. Ese tipo de ropa mariquita, que venden en las cada vez más insoportables tiendas de Chueca (todas venden lo mismo, las mismas marcas palurdas, cuanto más conocidas, más paletas), de telas nobles, de tallas mínimas, solo sientan bien a los que tienen los tipos como el niño, delgados pero marcaditos, con todo en su sitio.

Con el niño -y no quiero hablar demasiado de él para ver si diversifico un poco mi vida- estoy hablando por teléfono todos los días, un diálogo de los más natural. Y, como si la cosa no tuviera importancia, anoche me contó que había estado con su reencontrado y adorado amigo Jesús. Por supuesto, que solo hablando de viejos proyectos, de viejas hazañas y quién sabe si también de nuevas posibilidades ahora que ninguno de los dos lleva máscara. Quizá se le olvidó decirme si había estado en su “piscina favorita” o puede que con el reencuentro en verdad no haya tenido su ración de “duchas”.

Bueno, hoy estoy un poco malicioso, pero la vida te hace así. A base de tortas a los gais al final solo nos queda la malicia por la que somos famosos, es una forma de defendernos en la selva que nos rodea. Las relaciones idílicas nos duran tan poco... y eso cuando tienes la gran suerte de pillarlas, puro milagro. Es una pena que estemos los gais siempre condenados a vivir coqueteando con el engaño, con los silencios intencionados. Cuántas veces no hemos sido protagonistas de un diálogo así:
―Hola, cariño. ¿Qué has hecho hoy?
―Nada, mi cielo. Estuve todo el día en casa pensando en ti.

Cuando los dos saben que o bien en casa o en la sauna, pensando en Dios sabe qué, pero con un par de pollas al menos en la boca. Es una pena, pero todos acabamos sumergidos en la pura y simple superficialidad, sobre todo los eternamente solteros como yo. Los emparejados suelen infectarse con otro virus que también se ceba en las parejas heterosexuales: la monotonía. Nada hay más dañino para una pareja que las rutinas ancladas en sus vidas. Las parejas mixtas aguantan mejor porque las mujeres tienen un mayor sentido de la fidelidad y muchas menos necesidades sexuales, pero entre dos hombres las urgencias genitales son insufribles y, encima, las facilidades para tener sexo inmediato y variado son infinitas. En cuanto dos tíos se cruzan por la calle, en el bus, en la clase o en el trabajo, solo por el brillo de la mirada ambos saben de la necesidad que arrastran y la disposición de solucionarla es tan instantánea que cualquier esquina o rincón o servicios públicos, siempre tan oportunos, les vienen bien para desfogarse y ajustar su nivel de sosiego, aunque sea únicamente por breve tiempo. El otro día en la estación de buses de Guadalajara vi a dos tipos literalmente dándose por culo. Son servicios con paneles de madera de separación y en casi todos la gente ha hecho pequeños huecos por los que se ven todos los reservados. Tengo la costumbre de pasar casi todos los días por ver qué se ve, y al oír jadeos y gemidos miré y pude observar dos tipos con los pantalones por los tobillos y metiéndosela uno de ellos al otro como auténticos salvajes. No me pude quedar hasta el final, pero si lo hubiera hecho, habría visto a dos hombres normales -muy dignos y respetables, probablemente buenos padres de sus hijos y admirables cabezas de buenas familias- salir del servicio sin que nadie pudiese imaginar lo que acababan de hacer. Así somos todos los hombres, y sobre todo homosexuales, de aquí te pillo y aquí te follo y los sentimientos se quedan para que los gilipollas como yo nos los tengamos que tragar sin apenas haberlos saboreado.

Bueno, termino por hoy. Si no pienso en el niño, las ideas que me vienen a la cabeza son tan cáusticas y negativas como reales.