90. Un macho en la cama

Ayer volví al hospital para visitar al anciano que acababa de enviudar. Lo tienen prácticamente sedado porque sigue con sus desesperadas ideas. Me encontré allí a mi antigua pareja que estaba solo y no tuvimos más remedio que hablar. Me dijo que lleva cinco años con el señor que vi el otro día, que es feliz a pesar de que entre ellos existen algunos lunares que no me explicitó. Me aseguró que si yo lo hubiera querido más como para no engañarlo con otros, la pareja que hubiésemos formado tendría las condiciones ideales para ser perfecta. No pude por menos que darle la razón; este hombre me gustaba mucho y me sigue gustando; es de esos tipos con personalidad que tienen algo que atrae a la gente, sin ser especialmente guapos (a los sesenta pocos hombres son bellos) emanan un aura a su alrededor que gusta mucho a quien los trata.
Yo le conté que también tengo pareja, dando a Ángel un mayor relieve del que en realidad tiene en mi vida, pero no quería aparecer como el perdedor que en verdad soy.

Al despedirnos me dijo:
―Conserva a tu pareja evitando caer en tus debilidades de siempre, trata de no hacer daño a la gente. Ser fiel, por muy difícil que parezca, puede ser posible y a veces resulta hasta gratificante.

Está claro que mantiene su resentimiento hacia mí. Debe ser cierto que uno puede olvidar cualquier dolor menos el dolor del alma.

Ya me había olvidado del amiguito de Ángel. En cualquier momento me puede llamar, aunque yo prefiero que no lo haga; no me apetece convertirme en su guía espiritual o práctico para enseñarle la mala vida del ambiente. Apenas lo recuerdo, solo lo vi aquella vez que trajo a mi casa al niño medio borracho y recuerdo que se fijó mucho más él en mí que yo en él. Sí lo recuerdo mucho más acuerpado que Ángel, con un rostro de expresión dura, nada que ver con el aniñado estilo del niño; es fuerte, con una estructura clásica de deportista y parece mucho mayor que su amigo. Vamos, que ni el más fino observador hubiera dicho que ese muchacho puediera ser gay; su aspecto en general es de muy heterosexual. Recuerdo su mirada en aquel crítico momento cuando se me abrió enteramente la bata china y pudo ver toda mi desnudez. Me pareció que no tenia el más mínimo matiz sexual o de deseo, sino todo lo contrario, era puro reproche y manifiesto desagrado. Llevarse un muchachazo así a la cama debe tener el mismo morbazo que llevarse a un macho totalmente hetero. Y lo malo de todo esto es que desde que lo he escrito, la idea se me hace muy atractiva y me estoy poniendo algo cachondo con ese pensamiento. A ver si al final voy a desear que me llame el tal Jesús y acabe tirándole los tejos, ¡je, je, je!

Cambiemos de tema que mi grado de necesidad sexual no me permite este tipo de fantasías y no quiero visitar en este momento el servicio del trabajo. Hablando de servicios, ¡vaya negro increíble que me encontré el lunes en los váteres de Av. de América! Me coloqué a su lado en los meaderos y quedé pasmado del gigante y negrísimo rabo que el tipo tenía entre sus manos. Aprovechando que apenas había gente se lo agarré, me faltaban dedos para abarcar todo aquello, y ¡qué dureza! Encima, el tío era guapo de cara; a pesar de ser bastante oscuro, sus rasgos eran del estilo europeo. Cuando se la tuve que soltar porque entró gente, lo hice con una pena terrible. Le hice un gesto para entrar a una cabina, pero me dijo en perfecto castellano y casi al oído: «Es peligroso». Se la guardó (¿dónde colocaría semejante mole de carne?) y salió de los servicios. Lo seguí como perra en celo, pero ni siquiera volvió la cabeza. En dos zancadas entró al metro y no me quedó más remedio que renunciar a semejante falo prodigioso. Al menos me salvé de que me dieran puntos de sutura en la comisura de los labios para coser el desgarro que me hubiera producido tener que abrir tanto la boca, para lograr que aquello entrara. Recordé lo que dicen de que los negros tienen un olor especial y busqué en mi mano esa fragancia, pero aquello olía a rica y sabrosa verga de macho caliente.

Ayer hablé con el niño, solo dos palabras para decirme que hoy es el día en que parten para Londres su hermana y él hasta el sábado que regresan a Santander.

En cuanto a mi antigua pareja con la que estuve hablando en el hospital, ni por casualidad me hago la más mínima ilusión. Aparte de creer que es verdad que le va bien con su actual compañero, a pesar de esos «lunares» que son normales en todo tipo de relaciones, así es como lo conocí: un tipo íntegro, absolutamente fiel y con unos principios por encima de todo. Otra cosa es que un día me escribiera diciéndome que está solo y que quizás... Pero como yo le dije que también tenía pareja, ni siquiera se le ocurriría pensar en mí. Además, nunca las segundas partes fueron buenas.