104. Mentiras de adolescentes

Llamé a Jesús siguiendo mi intuición. Lo primero que me sorprendió fue su alegría por haberlo llamado que hizo ostensible sin recato ninguno.

―Gracias por llamarme, Rafa. Te juro que muchas veces me dan ganas de marcar tu número, pero luego me da corte. Ya sé que por Ángel no hay problema, pero al final no me atrevo.

No quise engañarlo y le avisé que había hablado ya con Ángel, pero que me interesaba conocer su opinión de lo acontecido el sábado. Me confirmó la pelea que tuvieron todos con Isa; la posición extremadamente radical de esta contra los homosexuales hizo que todos los demás se pusieran en su contra, incluso su amiga. Claro que el más beligerante fue el propio Ángel, no tanto por defenderme a mí, como por una reacción lógica ante tanta homofobia.

Me aseguró que él lo había pasado bien, los lugares que recorrimos le gustaron; llevaba un poco de miedo generado por su escaso conocimiento del mundo gay, pero reconoció que el ambiente reinante en los sitios en que estuvimos ese día no tiene nada que ver con aquella cutre y asfixiante sauna que lo dejó traumatizado.

―Te juro que cuando me alejaba de esa sauna a la que me llevaste pensaba que yo no encontraría jamás un hueco en la sociedad gay. Salí asqueado de la tremenda presión que sentí a mi alrededor. Yo supongo que vosotros los que lleváis más tiempo en el asunto ya estáis acostumbrados y no os afecta esa agobiante cercanía, pero la verdad es que lo pasé mal. Sin embargo, lo del sábado me gustó mucho: el saber estar de la gente, la educación y discreción con que te miraban, el mismo aspecto chic de los hombres, en fin todo lo que yo vi. Ya sé que había cosas menos perfectas, Ángel me contó lo que ocurría en los servicios y, aunque a él todo eso le hace gracia, yo prefiero no haber tenido necesidad de ir al baño; pienso que eso me habría hecho ensuciar un poco la buena impresión con que terminé el sábado.

No quise aclararle que en la sauna las cosas tampoco son tan espantosas. A mí ya nadie me acosa ni, en general, el ambiente es tan abrumador como él lo vivió. Sabido es que un chico nuevo y encima con la buena presencia de Jesús, llama mucho la atención en esos antros, donde siempre están los mismos desesperados. De todas formas, fue un error tratar de foguear a este chaval llevándolo de primeras a lo más directo y carnal del mundo gay.

Me encantó su jovialidad cuando hablaba conmigo e, incluso, tuvo un momento de sinceridad que me dejó gratamente sorprendido:

―Fíjate, Rafa, que en la discoteca que estuvimos al final había hombres muy atractivos; uno de ellos me estuvo mirando durante mucho rato, seguramente esperando a que yo también lo mirase ―algo que no fui capaz de hacer―, pero te juro que notaba su mirada en todo mi cuerpo. Y aunque te rías de lo que te voy a decir, te prometo que me sentí muy excitado, con erección y todo... je, je, je ―su risa era más nerviosa que otra cosa―. ¡Qué corte, ¿verdad?! Pensarás que soy un salido y perdona que te lo haya contado, pero eres la única persona a la que se lo puedo decir.
―¡¿Qué dices?! Me encanta que me lo cuentes, y... ese tipo... ¿no se parecería un poco a mí? Ja, ja, ja...
―¡Qué más quisiera ese señor! ¡Tú eres mucho más joven y más guapo!

Mañana jueves tiene que venir al centro, a la universidad de los areneros para enterarse de unos cursos posgrado que está buscando para hacer este año. Le dije que si tenía tiempo, y le apetecía, me llamase para tomar algo juntos. Se quedó un poco indeciso, pero no me dijo que no. Veremos lo que decide.
No sé si me llamará o no cuando venga al centro. De todas maneras, es un chico que unos días está muy distante y otros coge confianza y dice cosas sugerentes. Hay momentos que me hace dudar si será realmente gay, pero cuando te cuenta que se medio excitó porque un tipo en la discoteca se lo comía con los ojos, quedan pocas dudas.

Ayer me pasé la tarde esperando la llamada de Jesús. Bueno, no exclusivamente, pero sí que me condicionó, al menos, hasta las siete u ocho en que ya tuve la certeza de que no llamaría. Mi casa lo agradeció, cuando no sé qué hacer, me pongo a limpiar aunque sea sobre limpio. A las diez, antes de hablar con el niño, marqué el número de Jesús. No le dije que me había tenido toda la tarde involucrado, pero sí que esperaba una llamada suya para vernos o, al menos, para saber que no podría ser. Se disculpó y me explicó que había venido con tres compañeros de facultad interesados todos en los mismos cursos posgrado.

Una vez más se hizo patente mi descolocación entre los niños, lo de juntar distintas especies quizás funcione zoológicamente, pero entre humanos actuales, cada tribu tiene muy marcados los límites y traspasarlos requiere un esfuerzo tan grande como, generalmente, vano.

Ángel continúa sin hablarse con su novia, y, por su parte, no tiene ningún interés en que se produzca la reconciliación antes del sábado. Quiere repetir el recorrido del anterior fin de semana, pero esta vez sin chicas, nosotros tres solos. La idea es juntarnos para cenar en un restaurante moderno y agradable, entrar a tomar las primeras copas por Chueca y terminar en el Cool, lugar que se ha convertido en un templo de peregrinación para Ángel. Se le ha metido en la cabeza este plan y lo llevaremos a cabo sí o sí. Al parecer Jesús está de acuerdo (¿le habrá dejado otra opción?) y ya me ha encargado que vaya pensando en el lugar de cenar y los de las copas.

Sin novias la cosa tiene mejor pinta, sobre todo porque el final de la noche ―supongo que más bien el principio del domingo― será en mi casa, donde iremos los tres a dormir. Cada uno dirá a su familia que va a dormir en casa del otro, todo muy juvenil y que me recuerda a mis mentiras de adolescente. Espero que por esta vez la unión entre especies diferentes funcione, creo que los tres solos podremos pasarlo bien.