123. Un prometido encuentro

Ya cambié la cerradura de mi casa. Aún estoy preocupado con esa sensación de que entraron en mi piso, pero a quien se lo cuento me trata poco menos que de loco.

El único que ha tratado de comprenderme ha sido Jesús. Hablé con él y piensa que es posible que alguien con quien haya estado en mi casa haya pillado la llave y de alguna manera haya podido hacer una copia. Me dejó de piedra cuando me preguntó:
―¿Ángel ha pasado últimamente alguna noche entera en tu casa?
―No, pero ¿piensas que sería capaz de hacer una cosa así?
―De Ángel se puede esperar cualquier cosa; tú no lo conoces bien, es más listo de lo que piensas.
―¿Y para qué querría entrar en mi casa? ¿Qué puede interesarle que no pueda pedírmelo a mí?
―No tengo ni idea. Estoy únicamente haciendo suposiciones por si eso te da alguna pista ―continuó―. ¿Te ha hecho algún regalo o crees que pueda pensar que tú tienes algo suyo que pudiera en un futuro comprometerle?
―Para nada. Ninguno de esos supuestos se cumple. Además, yo jamás haría nada o utilizaría nada para comprometerlo. Yo le tengo aprecio.
―Tú también lo quieres, ¿verdad? ―esta nueva pregunta de Jesús me sacó de contexto, como solo él sabe hacerlo―.
―Bueno...
―Sí, ya lo sé. Pero no te hagas ilusiones. Él no quiere a nadie. Ante sus ojos todos tenemos una utilidad que le genere algún beneficio. Él solo se quiere a él mismo. Yo debo aprender muchas cosas de nuestro querido amigo. Te repito que es muy listo y no tiene apenas fallos, solo tiene un talón de Aquiles: su pasión desenfrenada por el sexo. Y precisamente es el sexo la última cadena que me retiene a su lado. El día que yo sepa liberarme de esa atadura, las cosas cambiarán.
―Y ¿has pensado en alguna fórmula para esa liberación? ―le pregunté interesándome por el rumbo que estaba tomando la conversación―.
―Alguna idea tengo, pero yo solo no podré. ¿Qué pensarías si te digo que cuento contigo?
―Nada me gustaría más que poderte servir de ayuda. Estoy seguro de que esa colaboración me proporcionará momentos muy interesantes y buenos para mí.

Se produjo uno de esos silencios que por teléfono resultan tan inquietantes e intrigantes en mis charlas con Jesús. Tras ellos, las siguientes palabras del chico pueden ser muy desconcertantes:
―Ya veo que sabes por dónde van los tiros, pero me gustaría hablar de esto cara a cara. Si este próximo sábado me puedes dedicar un tiempo, quizás sería el momento de tomar algunas decisiones que ambos tenemos pendientes.
―Lo que tú quieras, Jesús. Cuenta conmigo sin restricciones.
―Ah, una cosa más... Es importante que Ángel no sepa nada de esta conversación ni de nuestros planes para el sábado. Seguro que algo haría para desbaratarlos.

Nuevas perspectivas se han vuelto a abrir para el próximo sábado, aunque las cosas han quedado tan ambiguas como siempre. Yo creo que los dos estábamos hablando de lo mismo: sexo. Si Jesús es capaz de tener relaciones de cama con otra persona, es posible que se desvincule de esa dependencia que tiene para con Ángel.

Pero bueno, no olvidemos que Jesús es presa fácil de su inseguridad; sus ideas están aún sin domar por su cerebro y de aquí al sábado las cosas pueden cambiar. No es la primera vez que un día le veo firme en su decisión y al día siguiente más firme aún en la plena contradicción de su firmeza anterior.

Hoy por la tarde se va a encontrar con Begoña y el nuevo amigo de esta. Parece ser que le van a comunicar su compromiso en persona. A mí tanta oficiosidad y educación me tiene mosqueado. Yo creo que las cosas así no las hace nadie por muy civilizados que sean. Me he permitido hacerle una observación a Jesús que me rondaba en la cabeza, avisándole de que lo más probable es que esté totalmente equivocado y tan solo sea una idea retorcida de las que a veces me surgen.

―¿No crees, Jesús, que toda esta actitud tan exquisita por parte de Begoña sea un último intento de que te vuelvas a replantear una posible reconciliación con ella? Es posible que esté utilizando a ese muchacho para despertar en ti viejos sentimientos, la inminencia de su pérdida te puede recordar viejos valores que te resistas a renunciar para siempre. Es muy poco probable que a Begoña se le haya pasado el amor de la noche a la mañana, las mujeres se entregan mucho más que nosotros y tantos años de amor dejan un poso muy difícil de erradicar. Por otro lado, son expertas en manipular los acontecimientos para lograr un fin deseado; recuerda que su ingenio en la asignatura de la vida y desde la más antigua historia se ha desarrollado mucho más en ellas que debían suplir su falta de fortaleza ante el hombre. Begoña puede que no sea tan cándida como aparenta y esté esperando tu reacción cuando la veas colgada de un brazo que tras tantos años ya no es el tuyo.
―Sería una lástima que esto que piensas pudiese tener el más mínimo cariz de realidad ―me respondió notablemente contrariado―. Te aseguro que resultaría un esfuerzo por parte de Begoña totalmente baldío, inútil y con tristes consecuencias para ese muchacho que sería el gran engañado. Conozco bien a mi exnovia, puedo poner la mano en el fuego por sus buenos sentimientos. La veo incapaz de elucubrar un plan tan malicioso. Deseo más que nada en este mundo que esa pareja funcione y sean felices, y creo firmemente que reúnen las condiciones perfectas para que así sea. Begoña se merece un hombre absolutamente enamorado en «todos» los aspectos y me temo que o es este el momento o después sería demasiado tarde. Te agradezco, de verdad, Rafa, tu exposición, pero te puedo asegurar que estas felizmente equivocado.

Ayer era el día de San Fabio, follador bendito, sí me acordé pero no lo llamé. Probablemente la inconcreta promesa para verme con Jesús el sábado llena mis expectativas e inconscientemente mi cuerpo prefiere prepararse para algo tan esperado.