139. Pareja vs. chaperos

Paquito es la persona que sabe todo lo que me está pasando últimamente.

Ayer me invitó a cenar a su casa. Es un gran cocinero, como lo demuestra su oronda barriga. De todos modos, no es por la comida por lo que me apetecía estar con él. Estando solo no hago más que darle vueltas a las cosas y su conversación, a pesar de que suele terminar en discusión, me entretiene lo suficiente para dejar descansar a mi cerebro.

Es buena persona, pero no deja de mortificarme. Insiste en defender sus teorías sobre las ideales relaciones entre hombres y, todo lo que me está ocurriendo, de alguna manera, le da la razón.

―Si quieres sexo con chavales jóvenes  ―me decía―, has lo que yo hago. Contrata los servicios del chico que más te guste en el momento que a ti te dé la gana, con derecho a lo que a ti más te caliente, sin tener que dar concesiones a nadie porque tú eres el que pagas. Por cuarenta euros tienes la facultad de usar al chaval para lo que quieras y, si lo sabes hacer bien, puedes estar más de una hora haciendo tu sexo preferido.
―Eso me parece explotar a los chicos que, lo más probable, estén en esas labores por pura necesidad ―le contesté, porque no estoy en nada de acuerdo con él―.
―Caes en el error de todo aquel que no conoce las auténticas circunstancias de estos chicos ―a Paquito le encanta hablar de sus chaperos―. Con su juventud pueden encontrar trabajo en muchísimas cosas. Pero, claro, ninguna en la que les paguen cuarenta euros por, más o menos, media hora de estar haciendo algo que con sus años lo harían igualmente gratis.
―Ya, pero entonces lo harían con quien ellos quisieran, y no así que deben tener que soportar a cada tipo... ―procuré no mirarle cuando pronunciaba estas últimas palabras―.
―Para ellos todos los cuerpos son iguales. Es dinero y cuanto antes te corras, antes cobran ellos. Estás muy equivocado si piensas que lo pasan mal. En una obra a la intemperie con temperaturas de cuarenta grados o de cinco bajo cero, cargando ladrillos, ahí sí que lo pasarían mal y, sin embargo, nadie se apiada de esos obreros. Los chaperos acaban perdiendo todo tipo de escrúpulos, son auténticos vividores que se acostumbran a ganar tres mil al mes y saben que ningún otro trabajo les sería tan rentable. Son los más conscientes de que la mayoría de sus clientes no ganan ni la mitad que ellos; sería curioso analizar quiénes son los auténticos explotadores en ese mercado.
―Sí, todo lo que me dices me parece muy bien, pero, de momento, no estoy dispuesto a gastar ni un euro en chavales.
―No es por desanimarte, Rafa, pero estoy seguro de que con «tus chavales» ya te has gastado mucho dinero y, lo malo, es que toda esta aventura aún te puede salir mucho más cara. Es fácil comprobar que cualquier relación de pareja con un chico que no tenga tu mismo poder adquisitivo resulta infinitamente más costoso que pagar 40 euros la hora. Conozco a varios tipos de mi edad que tiene por pareja a un chaval con escasos recursos, a los que, prácticamente, deben mantener ayudándolos económicamente. Pues a final de mes su costo real es como si pagaran todos los días un par de chaperos, aunque solo follen una vez a la semana.
―Dime una cosa, Paquito: ¿tú sabes lo que significa una palabra que, a pesar de estar en el diccionario español, no te he visto utilizarla jamás? La palabra te va a sonar muy rara, pero te juro que existe: se trata de «amor».
―No empieces con tus chorradas de siempre. Las cosas del amor suelen salir siempre mal, o ¿quieres que te recuerde lo que me pasó no hace mucho viendo en el altar a mi gran amor con otro? Rafa, que ya no eres ningún adolescente para creer en esas tonterías. Pasados los veinte años, esa palabra siempre lleva apellido: «interés». Cuando te vacunas tras el primer fracaso, el natural egoísmo de las personas marca y encamina tus relaciones personales. La gente está con alguien por «algo», no por simple amor. Y en todo tipo de relaciones tiene que existir una contraprestación: tú me das esto y yo, a cambio, te proporciono lo otro. Es la pura ley de la naturaleza, todos nacemos con limitaciones y para obtener más cosas debemos negociarlas. Este trueque es lo que muchos llamáis amor. Y cuando la proporción entre lo que das y lo que recibes se desequilibra, el amor desaparece. Desgraciadamente, para los ilusos como tú, el equilibrio perfecto no existe y, de todas formas, todos acaban rompiéndose.

Conozco de sobra el triste pragmatismo de Paquito. Dudo que tenga razón, aunque no lo descarto. Por mi propia supervivencia me niego a pensar como él, al menos de momento, en que mi capacidad para sufrir reveses en la vida se mantiene con un poco de margen.

Cierto que hay días en que me siento especialmente cachondo, que mi bajo vientre cobra vida propia. La posibilidad, en esos momentos, de alquilar un tipo que cubra todas mis expectaciones físicas podría pasar por mi cabeza, pero inmediatamente monto la escena en mi cabeza: veo al tipo guapo chupándome la polla y entreveo una expresión de asco y disgusto en su rostro. Evidentemente yo no le gusto para nada y está con la boca llena de mi miembro por simple negocio. Y la pregunta clave rápidamente surge en mi cerebro: ¿quién puede gozar haciendo pasar un mal rato a quien tienes a tu lado? Yo al menos me veo imposibilitado para ello; no soy ni un tirano, ni siquiera un sádico sexual que disfrute con el dolor y el malestar ajeno.

Quizás tenga más afinidad con Paquito en cuanto a sus opiniones respecto a que todos hacemos intercambios en nuestras relaciones. Pero... ¿qué trueque podría yo hacer con Ángel para que le resultase más rentable que Isa? El viernes lo llamaré, aunque no para hacerle esta pregunta.