6. El tiempo pasa pasa para todos

Mi fin de semana ha sido bastante aburrido, pero el jueves me encontré con alguien muy especial. Les cuento:

Hace doce años estuve liado con un señor llamado Ernesto durante algo más de un año. Fue una época bonita porque, entre otras cosas, yo era doce años más joven. Esos son muchos años. Ernesto y yo fuimos unos novios un poco especiales, no llegamos a vivir juntos porque él ya tenía una pareja oficial desde su juventud y entonces Ernesto había cumplido los 44. Claro, yo de eso me enteré casi al final de nuestra relación. No fue por eso que terminamos, la culpa la tuvimos los dos, ninguno de los dos supimos ser fieles y en aquella época (bueno, y ahora porque no tengo éxito) yo era muy puta y a pesar de tener a Ernesto como novio, casi todas las semanas me ligaba a un tío para chapuzas cortas en servicios o en la sauna. Como sabéis, eso se acaba sabiendo tarde o temprano, y ambos supimos que ninguno era legal con el otro porque Ernesto también era una polla inquieta y lo que le salía al paso se lo ventilaba.

En un momento dado, a su pareja oficial, que era un señor de unos sesenta años, lo mandaron a Barcelona por algo de trabajo. En ese momento le perdí la pista, nunca supe nada más de Ernesto, hasta el jueves que lo encontré en la cafetería. De 44 a 56 años, la distancia no es demasiada, pero en este hombre ha sido terrible: no queda nada de aquel señor apuesto, de cuerpo atlético y siempre muy elegante. Lo reconocí por pura intuición, probablemente por los ojos, es lo único que no le ha cambiado. Ahora tenía frente a mí a un hombre de aspecto grueso y carnes flácidas, con una calvicie que solo le dejaba unos pocos pelos encima de las orejas y con un polo (eso sí, de Lacoste) que le remarcaba toda su fofa figura, especialmente los varios michelines de su cintura. Claro que yo también debo haber perdido un montón porque él no me reconoció hasta no plantarme enfrente y decirle «hola».

Nos dimos un abrazo y estuvimos toda la tarde juntos. Me contó que su pareja de toda la vida había muerto en enero y se había vuelto a vivir a Madrid, donde tiene un piso en el paseo de Las Delicias, que yo conocía de entonces. Era donde vivieron sus padres y se lo habían dejado a él. Los pisos de su anterior pareja se los han quedado la familia del otro, porque nunca hicieron ni testamento, ni unión de parejas, ni nada, y ahora se encuentra Ernesto sin nada más que su casa de siempre. Lo encontré muy deteriorado de todo, no solo físicamente, sino mentalmente. No se parecía en nada a aquel tipo de brillante conversación, siempre jovial que yo conocí. Más tarde lo acompañé hasta su casa. Hubo un momento de tensión al despedirnos, como si ambos dudásemos de subir o no. Al final no subí, pero hemos quedado en volver a vernos. No se hagan ilusiones, pero yo no estoy, para nada, motivado en ver nuevamente a Ernesto, no es ni la sombra del que yo me medio enamoré. Y lógicamente, él debe pensar lo mismo de mí. Yo también he cambiado un montón en estos últimos doce años y aquel culito que le gustaba de mí, ahora es una tabla plana y caída que no excita a nadie. Además, le vi detalles que no me gustaron, se le iban los ojos detrás de todos los tipos que se cruzaban, sin tener ninguna consideración conmigo, aunque tampoco tendría por qué tenerla.