77. Solo una experiencia cachonda

Y volviendo a mi tema favorito, Ángel, personalmente aún no tengo claro qué tipo de pareja somos. Amigos con derecho a roce pero con prioridad ante otros suena raro, difuso e incomprensible. Está claro que a él le importa tres narices que yo tenga «experiencias cachondas», como las definió; lo de tener celos no va con su forma de ser, vamos, que le da igual si yo estoy con otros tíos o no. Lo malo es que a mí no me da igual que esté con nadie, ni siquiera con su exnovia por mucho que sea solo una comedia. Y conforme a sus pensamientos eso va a continuar, y no solo eso, sino que en sus planes de tener experiencias nuevas al parecer puede entrar de todo y, francamente, no me parece nada bien. Ayer me llamó feliz porque en su examen tuvo mucha suerte y cree que logrará un sobresaliente. Yo sabía que no tendría problemas porque el niño es inteligente y listo, al menos para el estudio; para la vida ya no me parece tan espabilado ―o puede que lo sea tanto que a mí se me escapa el concepto―.

En cuanto a lo de nuestra asignatura pendiente, el sexo, pues sí que es verdad que ya hemos avanzado un poco, pero lo malo es que son pasos adelante en una dirección que no es la que a mí me emociona. A un gay de verdad lo que realmente le gusta es tener un «hombre» a su lado en la cama y que se comporte como uno espera que debe reaccionar un hombre. Y si resulta que entre nosotros el macho debo ser yo, pues jodido lo tengo. La verdad es que el destino es cabrón. ¿Cómo puedo haberme enamorado de un niño y sigo soñando con hombres?

Ayer lunes hice sexo en el curro. Lo que nunca se me hubiera ocurrido hacer, mezclar trabajo con sexo. Aún no me explico cómo fui tan idiota y encima con un tío tan tonto. Me explico: no sé si he hablado de él alguna vez. Es un inspector de industria que conozco, aparte de por la relación laboral, por su pertenencia al PSOE. Es un poco más joven que yo, siempre luce un traje impecable y hablando es más remilgado que un pavo real. Se presentó ayer por la tarde bien temprano para rellenar un informe que apenas le ocupó cinco minutos y se quedó hablando conmigo en mi despacho. Pronto sacó el tema de las fiestas gais como para confirmar lo que los dos sabemos el uno del otro: que ambos somos homos aunque él, estoy casi seguro, está casado. En un momento dado de la conversación se llevaba la mano al paquete mostrando sin disimulo cómo se la colocaba. Yo no quería ni mirar porque era consciente de que la situación se estaba calentando por segundos. Seguía sentado en mi silla escondiendo mis piernas bajo la mesa porque la sensualidad del momento me estaba excitando. Hablando y, como el que no quiere la cosa, vino a apoyar su trasero sobre mi mesa justo a mi lado; mi cara estaba a dos palmos de su bragueta y ya no pude evitar ver la completa erección que lucía el inspector bajo la fina tela de su pantalón. No había escapatoria posible ni yo la buscaba; no me quedó más remedio que decirle señalando su bulto:

―Vaya, parece que tienes muy buenos recuerdos de tus fiestas.
―Pues sí, y si me tocaras «el recuerdo», verías lo caliente que está ―me respondió llevándose las manos a lo mencionado y remarcando su forma y su volumen―.

Como yo sabía que tan temprano nadie me requiere y el único que podía molestar era mi jefe que jamás llega a esa hora. Cerré el despacho y no solo se la toqué, se la saqué y le hice una mamada que no olvidará en su vida. Mucho más torpe resultó su boca, pero en lo que me aventajó fue en su entusiasmo y dedicación. El hombre parece que no tenía una polla en la boca desde su olvidada juventud y no tuvo ninguna prisa en desprenderse de la mía que, debo reconocer, estaba muy conforme con lo que estaba ocurriendo.

El tipo, apenas se corrió, se marchó sin una palabra de agradecimiento, sin una sonrisa y sin despedirse. Es la clásica actitud de los que se pasan la vida huyendo de ellos mismos. Estoy seguro que deseaba llegar a su casa y demostrar a su mujer lo macho que podía llegar a ser sin que la pobre chica entendiese nada, y menos entendería si supiese que para volver a correrse, lo más probable, es que pase por su cerebro la película completa de la sesión de sexo que tuvo conmigo.

Está claro que donde menos se piensa salta la liebre. Eso es lo que tenemos los homosexuales que siempre estamos dispuestos a un trabajito rápido y sucio y nos da igual si el lugar o el momento es el apropiado. De todas formas, reconozco que desde que estoy con el niño me están ocurriendo cosas y me surgen posibilidades que antes no se me presentaban. Habrá quien piense que una persona con pareja debería negarse a participar en todas estas situaciones que se me están ofreciendo; yo mismo lo vería mal en cualquier otra pareja, pero quizás estéis de acuerdo conmigo en que mi caso es diferente, mi situación de pareja es tan sui géneris que apenas tengo remordimientos de conciencia por acciones rápidas y sin ningún tipo de secuela sentimental como la de ayer. Si de pronto se me ocurre contárselo a Ángel, seguro que se queja porque a él no le ha pasado y lo califica de «una experiencia cachonda» sin darle mayor importancia.