76. Oferta para jóvenes gais

El otro día que estuvo Paquito en la sauna de chaperos se encontró con el cura de Getafe. Al principio se hizo el despistado y mi amigo se dio cuenta de que le estaba rehuyendo, pero al final, como el recinto es muy pequeño, no le quedó más remedio que saludar. De todas formas el hecho de que alguien lo conociera no le impidió contratar a un brasileño que, según Paquito que ya lo probó con anterioridad; es un activo estupendo y con veinte centímetros de los de verdad, y digo esto porque ya sabes que esa es la medida oficial de todos los que se ofrecen por Internet y a la hora de la verdad casi nadie tiene ni 16 cm. Yo ni me acuerdo cuando fue la última vez que pillé una de ese calibre, aunque tengo la impresión de que el mecánico del autobús sí debía rondar esa escala. Pues, volviendo al cura, ya ves que la Iglesia sigue fiel a sus máximas: «A Dios rogando y con brasileños follando».

Al niño le hacía una ilusión enorme lo de la fiesta gay de la noche de Reyes. Lo vio en un cartel en Chueca y se le antojó al instante. No se quiere perder nada, pero me da miedo llevarlo a este tipo de fiestas porque ya sé las orgías y los desenfrenos que allí ocurren. Con las ganas de experimentar que tiene seguro que se mete en todos los saraos que encuentre y como se le ocurra venir de marinerito, se lo comen apenas ponga un pie en el local.

Con tamaña ilusión me fue imposible escaquearme de la fiesta en un local de moda y desde las seis en punto ya estábamos en mi casa decidiendo ropa y haciendo cábalas de lo que podíamos encontrar. El espectáculo exactamente igual al de todas las fiestas anteriores que conocí, con los mismos personajes, los mismos travestis, las mismos cazadores de cualquier presa, en fin, todo repetido de fiestas anteriores. A Ángel no le gustó el marcado matiz sexual por encima del folclórico y del puro cachondeo que era lo que él buscaba. Y aunque no se quejaba, me daba cuenta que con sólo la visión de tanto mariconeo y tantas miraditas sin que ocurriera nada no le estaba divirtiendo tanto como esperaba

La cosa era bastante monótona hasta que apareció el tipo del traje blanco. En un momento dado vimos a un hombre de unos 44 años, guapísimo de cara y con un cuerpazo perfecto, elegantemente trajeado, con un pequeño bolso muy fashion, dirigirse directamente a la posición en que estábamos. Como el tipo llamaba la atención lo vimos los dos a la vez, pero también vimos que su mirada era única y exclusivamente para Ángel. El chico se paró ante el niño y sin darle las buenas tardes le dijo:

―Si quieres ganarte 300 euros y pasártelo bien, te puedo dar una dirección para que vayas esta noche a una fiesta. No tienes que hacer nada, solo acudir. Habrá cosas para comer y bebida gratis sin límite.
―¿…? ―La cara de Àngel era un puro interrogante―.
―Se trata de una fiesta privada de un grupo de amigos que quieren estar acompañados de chicos guapos ―aclaró el desconocido ante el gesto sorprendido del niño―.

En ese momento entendí de lo que iba e intervine en la conversación.
―Perdona pero este chico está conmigo y no es ningún chapero.
―Precisamente se trata de que no sean chaperos. Quieren chavales normales con ganas de pasarlo bien y a los que no se les va a exigir nada. Claro que si algún chico es listo, puede que al final se lleve un buen puñado de pasta.
―Y ¿les van a dar 300 euros por nada? ―le pregunté sin creérmelo―.
―Sí, solo por asistir y tomarse una copa con ellos.

Ángel miraba al tipo y me miraba a mí tratando de asimilar lo que estaba ocurriendo. Al fin me preguntó:
―¿Te animas y vamos?
―Si es tu invitado, también puede ir, pero no cobraría nada; los trescientos euros son para menores de 25 años ―aclaró inmediatamente el tipo de traje blanco―.

Me descolocó el entusiasmo apenas contenido del niño. Yo hubiera despedido al tipo de una vez, pero Ángel me miraba casi suplicante para que diera mi conformidad.

Ante nuestra indecisión, el guapo sacó una tarjeta de su bolso y se lo entregó al niño diciéndole:
―Os lo pensáis y si decidís acudir, aquí está la dirección. Las puertas estarán abiertas desde las doce y cuarto hasta la una y media. Cuando llegues pregunta por Richard y te dará el dinero.

Me sorprendió Ángel cuando de pronto le preguntó al tipo:
―¿Estarás tú?
―No, yo solo estoy trabajando.

Tras lo cual se dio media vuelta y siguió su camino probablemente buscando un nuevo incauto para abordarle.

En la tarjeta únicamente estaba impresa la dirección sin ningún nombre; solo un piso en el edificio Torres Blancas en la Avenida de América y escrito a mano con bolígrafo rojo un número: el 10.

A partir de esta entrevista dejamos de prestar demasiada atención a nuestra fiesta, El niño estaba intrigadísimo y apostando decididamente por ir. A mí no me gustaba para nada esa idea; en estas fechas son normales las fiestas gais, pero que te paguen por ir es muy inquietante. No sé que clase de tipos pueden pagar para captar chavales de menos de 25 años.

―No te creas que los tipos que estén allí van a ser tan estupendos como este que te ha dado la tarjeta. Serán viejos con mucha pasta y de aspecto horrible que, si no es con dinero, jamás podrían tener un invitado como tú.
―Pero ha dicho que no quieren chaperos y con dinero pueden tener los chicos que quieran, más guapos que yo, seguro.
―Conocerán a todos los prostitutos de la ciudad y querrán carne nueva.

Le conté al niño la mala experiencia de la última fiesta en casa de el escritor gay que terminó de mala manera: el dueño de la casa en el médico y la casa saqueada.

Al final logré convencerlo ―aunque estoy seguro de que se quedó con las ganas de ir― y nos olvidamos, aparentemente, del asunto. Salimos a cenar algo en un kebab y retornamos al local donde el ambiente ya era distinto: un par de travestis cantaban con sonido pregrabado, pero el espectáculo no estaba en el escenario sino entre el público y las escenas fuertes las pudimos ver en cuanto nos apartamos un poco del centro y nos adentramos en los múltiples rincones del lugar. Ángel alucinó con las orgías que se montaban tan espontáneamente como se desmontaban. En un grupo contamos hasta veintidós tíos con el pantalón bajado, sin tener en cuenta los que, como nosotros, solo estábamos mirando. Afortunadamente el niño no hizo intención de tomar parte en ninguno de aquellos desmadres que nos rodeaban, lo divertido era verlo porque es verdaderamente un evento increíble y único. Lo difícil era conseguir la bebida y lo más complicado de todo fue encontrar la puerta de salida cuando ya estábamos totalmente rotos tras unas cuantas horas sin sentarnos, desde las doce de la noche hasta las siete de la madrugada en que decidimos irnos a casa a descansar.

Lo pasamos bien, incluso yo que al conocerlo de otros años no tenía la sensación de sorpresa y novedad que Ángel trataba de asimilar. No obstante en varios momentos el niño sacó el tema de la fiesta del tipo del traje blanco, lo que demuestra que lo tenía en su cabeza dándole vueltas: «Allí no hubiéramos tenido problemas en buscar la bebida». «Lo mismo hubiéramos salido de la fiesta con un montón de pasta». «Quizás eran famosos los organizadores y podíamos haberlos conocido». «Como iríamos juntos no nos iba a pasar nada raro».

Menos mal que el Día de Reyes al levantarnos tuvimos sexo, aunque únicamente oral, que es el preferido del niño, y a toda velocidad porque llegaba tarde a su inefable comida familiar.