78. Morbo en la piscina

Estuve hablando con el niño y no se le va de la cabeza lo de aquella fiesta que no fue. No tiene otro motivo de conversación que especular sobre lo que hubiera ocurrido, quién estaría y si el pago obligaría o no a tener que hacer sexo con alguien. Me preguntó:
―Y si me hubiesen obligado a acostarme con un político famoso, ¿qué hubieras hecho?

¡Vaya pregunta! Solo pude contestarle con otra pregunta:
―¿Hubieras accedido a acostarte por 300 euros con alguien que no te gustara?
―¿Acaso tú no te has acostado con alguien que no te haya gustado?
―Por dinero, jamás.

Durante este diálogo me vinieron a la cabeza algunos de vuestros comentarios calificando a Ángel de «ligero». Y creo que tenéis razón, si bien es verdad que también en este ambiente todos somos ligeros y poco escrupulosos a la hora de tener sexo con el primero que se nos cruce en el camino y tenga algo (aunque sea una sola cosa) que nos dé morbo. El niño tiene un atraso de experiencias que no deja de preocuparme. Tiene la candidez de la poca edad y la irresponsabilidad de su escasa experiencia, con lo cual es presa fácil para caer en las garras de todos esos buitres que están al acecho y que, por desgracia, todos recordamos haberlos conocido en nuestra propia vida. A veces pienso que lo que yo siento por el niño más que amor es deseo de protegerlo, quizás me ha sacado fuera un instinto de padre que ni yo mismo sabía que lo tenía.

Me contó que el lunes estuvo en la piscina cubierta del gimnasio que está cerca de la ciudad universitaria y que en las duchas vio cómo dos chavales se ligaban, los siguió hasta los servicios y comprobó cómo entraban en un reservado. Me decía que eso le había dado mucho morbo y cuando los volvió a ver de nuevo en las duchas pudo comprobar cómo el tamaño de sus pollas era mucho más grande que antes, con la lógica laxitud de los que acaban de tener una prolongada erección. Cuando le pregunté si es que se había pasado el rato de la piscina en las duchas, me contestó que era el sitio que más le gustaba del recinto y que, aunque se bañó en la piscina, no paró de ducharse y de ver a tíos en pelotas aunque con la necesaria discreción para no mosquear a nadie.

―¡Qué pena que no puedas entrar a estas instalaciones ―me dijo―. ¡Te lo hubieras pasado en grande viendo tíos buenísimos! Y me hubieras venido muy bien para no tener que hacerme la pajita solo en los servicios del calentón que agarré.

Eso es lo bueno del niño, que no se calla nada y todo lo cuenta (menos lo que hace con la zorrita), pero te demuestra que está abierto a todo y cuando aprenda a manejarse con los tíos, dado que con su aspecto no le van a faltar constantemente ofrecimientos, entrará en un desenfreno y yo no sé si me gustará estar en medio. Ángel es muy guapo, tiene ese aspecto de adolescente entre inocente y voluptuoso que lo envuelve en una atmósfera de morbosidad muy atrayente. El problema surge para los que queremos un hombre de verdad, tal como es mi caso. Aquí Ángel se queda corto, pero para los que buscan belleza y juventud resulta muy apetecible.

No le he contado nada de la gilipollez que hice el lunes a primera hora de la tarde con el inspector de industria en el trabajo. Después de decirle que yo nunca mezclo placer con trabajo, no he tenido valor de contradecirme y quedar como un idiota sin palabra. Aparte de que no estoy contento conmigo mismo de haberlo hecho, ¡hay que ver lo que pierden algunos tíos trajeados en cuanto les bajas los pantalones! Está claro que en el único lugar donde te llevas menos desilusiones con los tíos es en la sauna que lo ves casi todo y ya sabes lo que te espera, bueno, y por lo visto también en las duchas de la piscina universitaria donde me huele que tiene que haber mucha marcha de mariconeo estudiantil.