79. Los desnudos del gimnasio

No me gusta para nada que la relación entre Ángel y yo sea tan difusa. Bien es verdad que él tan solo ha tenido el lunar de irse con su profesor y, en cierto modo, fue una circunstancia aislada y medianamente justificada, pero las condiciones no pintan bien. El que entre sus pensamientos esté la posibilidad de otras experiencias me preocupa, sobre todo si en esas experiencias no estoy yo presente. El que sea voyerista en la piscina me importa un poco menos; en realidad, todos somos un poco mirones y siempre nos agrada ver bonitos cuerpos. Y más en un lugar donde todos son jóvenes y se supone que están en forma. El mismo Ángel es todo un buen espectáculo para mirarlo y estoy seguro de que si hay rollo en ese lugar, el niño será uno de los mejores trofeos. Reconozco que toda su «ligereza» no me gusta, pero si al final solo tiene sexo conmigo y me valora para pasar la mayoría de su tiempo libre, pues me vale. En verdad, me preocupa más su actitud indolente para con mis actos fuera de nuestra relación: su falta de celos por las trastadas que yo hago me duelen, es lo que me demuestra que le importo relativamente poco y que lo de la exclusividad no va con él.

¿Lo de mirar a los compañeros de gimnasio desnudos en la ducha y luego masturbarse es realmente malo? Yo lo veo casi normal y con sus años ―o antes― es algo que a todos nos ha pasado o, al menos, hemos querido que nos pasase. Aparte, no veo mal que me lo cuente. Sería peor que se lo callase. La sinceridad es siempre una buena cosa y yo lo valoro mucho. La verdad siempre es menos dramática que lo imaginado o supuesto.

Durante toda la jornada de ayer estuve más complaciente que en otros días, pero existía una razón para estar contento e ilusionado: en nuestra última conversación telefónica habíamos decidido hacer un viajecito. Las circunstancias nos obligaron a modificar un poco los primeros planes. Nos iremos, pero, por desgracia, lo tendremos que hacer por separado. Ángel se marcha en la tarde a Sevilla a pasar unos días con sus padres y me va a buscar un hotel cerca de su casa para que mañana viernes vaya en el AVE y podamos juntarnos y salir hasta el domingo. Así, pues, voy a pasar un fin de semana en Sevilla y, si lo arreglo, puede que lo alargue hasta el lunes. Se lo he contado a Paquito e inmediatamente ha decidido que se quería venir conmigo; menos mal que lo he convencido y ya lo he puesto en marcha para que empiece a buscar nuestro viaje de vacaciones a Marruecos.

Eso era ayer. Hoy el ánimo me ha cambiado absolutamente. Estoy pensándome, incluso, si viajar a Sevilla o no. Razón: ni siquiera se ha despedido el niño. En cuanto está con su familia y con la zorrita, se olvida del mundo y, sobre todo, de mí. Ni sé a qué hora salió, ni si ha llegado o se ha muerto por el camino, nada de nada. Mucho me temo que si voy, me tocará estar enclaustrado en el hotel esperando a que el niño se acuerde y pueda sacarme a pasear. Como el que tiene los compromisos es él, yo soy el que debo esperar pacientemente a que se digne regalarme unas migajas de su tiempo. ¿Realmente por un mal polvo vale la pena esta inquietud?

Estoy muy cabreado con Ángel. Yo puedo comprender que tiene que hacer su vida, pero, según sus palabras, yo formo parte de esa vida y el teléfono está para algo. ¡Digo yo!

Sé que ayer por la mañana estuvo de nuevo en la piscina, está claro que eso le encanta. Bueno, más bien las duchas de la piscina, pero eso es lo último que sé. Los silencios te conducen a cavilar cosas y, sabiendo que en esa piscina hay rollo estudiantil, no puedo por menos que pensar que algo encontró o algún espabilado lo ha encontrado a él y entre eso y las prisas del viaje el perjudicado es el tonto que os escribe.

Nadie le pide que mientras yo esté trabajando no se divierta. Comprendo que no se va a quedar en su casa, pero la comunicación es vital. Claro que también podría ir a otros sitios, a montar a caballo con su hermana, por ejemplo, y recortar un poco el tiempo que dedica a su placer por mirar la fisonomía masculina.

Estoy muy enfadado. Repito que lo más probable es que me quede en Madrid y empiece a replantearme esta relación tan poco gratificante. Lo malo es que mi vida es tan absurda y ociosa que me da lo mismo estar encerrado en un hotel en Sevilla que en mi aburrida casa vacía.