93. Inocencia y juventud

Ayer me llamaron los dos. Parezco el jefe de una guardería con tanto niño alrededor. Jesús para darme las gracias por toda la atención que le había prestado y reiterarme que para él había sido muy interesante nuestra entrevista. Hemos vuelto a quedar en el mismo sitio para vernos hoy por sugerencia suya. Me da un poco de pereza pasar otra larga tarde de charla y charla, pero tampoco quería decirle de no vernos porque este chico es interesante y guapo, y los gais somos incapaces de decir no a un tío macizo.

Ángel también se dignó a llamarme, desde las primeras palabras ya me mostré enojado, pero él como si nada. Cuando le pregunté por qué me había ocultado su conocimiento de mi cita con su amigo, me contestó:
―¡Así que al final se decidió a ir! ¡Lo que me costó convencerle! No te dije nada porque no tenía ninguna garantía de que acudiese a la cita. Jesús es muy cortadillo y albergaba muchas dudas respecto a verte o no. Por eso no te dije nada, para no meterme mucho de por medio, Pero me alegro de que os conozcáis. ¿Qué impresión te ha dado? El pobre está hecho un lío, sabe que le gustan los tíos, pero le da mucha pena dejar a su novia, por la que tiene todos los sentimientos menos los carnales y su conciencia se revela a seguir engañándola.

La verdad es que a mí de su novia apenas me habló, y tampoco me dio la impresión de estar demasiado confuso. Le di mi opinión positiva del chaval, recalqué varias veces lo guapo que me había parecido, por si detectaba algún signo de celos o algo parecido en el niño. Cuando le dije que hoy teníamos una nueva cita, se alegró y con el mismo tono de broma, siguiendo su costumbre de no tomarse nada en serio, me dijo:
―¡Estupendo! Que aproveche ahora que no estoy en Madrid, porque cuando yo vaya no lo tendrá tan fácil, tengo ya ganas de estar contigo y «ponerme al día».

No niego que estas últimas palabras me hicieron ilusión, pero cuando él vuelva yo me iré a Marruecos y mucho me temo que se «pondrá al día» con cualquier otro, si no, con el mismo Jesús.

Veo entre algunos comentaristas que se han colocado en una posición bastante radical con respecto a Ángel. Hay que tener en cuenta que entre nosotros las cosas son frágiles y con la mierda de tener que estar separados por culpa de los viajes, todo se ha ralentizado entre los dos. Ya sé que el niño no está perdidamente enamorado de mí, pero me dice cosas bonitas; siento que algún sentimiento sí que me tiene, pero, claro, todo mediatizado por su corta edad, por sus especiales circunstancias, por la presión de su familia y de su zorra metida siempre en medio.

Respecto a lo que me contó Jesús de sus primeras experiencias sexuales, creo que es fácil entender el hecho de que con trece años se dejase arrastrar por la normal curiosidad infantil cuando aprovechó el sueño de su pariente. Era un niño. Todos los que sentimos inquietudes homosexuales, desde pequeños tenemos esas inquietudes y aprovechamos cualquier posibilidad para saber más. Y lo del cine es algo que nos ha pasado a casi todos, claro, que no con la novia al lado, pero es muy morboso que tu vecino de butaca te empiece a tocar, te pones a cien y resulta imposible levantarse y no caer en la tentación.

Veremos cómo me va en la segunda cita con el muchachón. ¿Será pronto para pedirle ya que me acompañe a la sauna? Y tampoco le veo mucho sentido dar este paso como primera lección del ambiente.

Jesús fue tan puntual como yo y a los pocos minutos ya estábamos en «nuestra mesa», dale que te pego a charlar sin parar. Ayer sí que me habló de su novia, tal como me adelanto Ángel en su momento, este chaval está muy agobiado con ese tema. Llevan seis años saliendo, los respectivos padres se conocen y son amiguísimos, en su entorno nadie duda de que en unos dos años se casarán. Ya tienen pensados el restaurante, el vestido de novia y sus padres le están haciendo una casa en una parte de su jardín que han segregado, dividiendo la finca en dos para tenerlos bien cerca. Su padre tiene fábricas de productos lácteos en varios lugares de España, secaderos de jamones en Extremadura, donde también tiene fincas para la obtención del corcho, vamos, que al menos hambre no pasan. Su madre trabaja como representante de una gran firma de cosméticos y él es hijo único.

No me dijo nada de su pertenencia al Opus. Esto, o no es importante para él, o es demasiado como para decírselo a una persona que acaba de conocer, a pesar de que en todo lo demás ha llegado a unos límites de sinceridad verdaderamente altos ―tanto como para decirme que con su novia los escasos momentos de actividad sexual que mantienen o son a base de hacer un tremendo esfuerzo de fantasía imaginaria o resultan un fracaso―. La chica, por las conclusiones que he sacado tras analizar lo que me cuenta el chaval, debe ser una de esas clásicas niñas pijas superficiales y con una educación arcaica que no se enteran de cómo funciona realmente la vida. De esas que piensan que las relaciones sexuales deben esperar hasta el matrimonio y las prematrimoniales, es normal que no funcionen bien porque aún no es el momento, vamos, una niña frígida que ha encontrado explicación a su minusvalía.

Aunque estaba claro que la intención del chico era solamente charlar, en un momento dado le sugerí la idea de ir a la sauna por si quería conocerla o, simplemente, para continuar nuestra conversación allí.

―No, no vengo preparado, no traje ni toalla ni bañador ni nada.

Otro como su amigo que piensa que las saunas gais son como ir al gimnasio. Cuando le aclaré que no hacía falta llevar nada, que la toalla y las chanclas te las daban allí mismo, me preguntó:
―Pero ¿toallas y chanclas usadas?
―¡Hombre, no son nuevas pero están limpias y desinfectadas!

No se quedó muy convencido y enseguida encontró la solución:
―Otro día que venga mentalizado nos vamos a tu sauna, pero traeré mis propios enseres de baño. Si tú puedes, podríamos ir el sábado, ¿qué te parece?
―Vale, iremos el sábado, pero no te traigas bañador, con la toalla es suficiente.
―Pero ¿no me dices que hay piscina?
―Más que piscina, es yacusi, y a este lugar se entra desnudo.

Pude ver como fruncía el ceño en un gesto que podía ser de extrañeza, de preocupación o quién sabe de qué.

En la segunda parte de nuestra conversación dijo algo que no me dejó indiferente.

―Al principio de saber de ti creí que Ángel y tú teníais una relación más seria. Luego ya he sabido que sois muy buenos amigos, que la amistad en el mundo gay no es como en el heterosexual: incluye la posibilidad de experiencias íntimas, sin que eso signifique exclusividad ni tener que ser pareja. Sé que el concepto de pareja tampoco tiene nada que ver con lo reconocido entre hombres y mujeres, que en este ambiente pueden ser parejas abiertas o cerradas, que es muy normal pasarse las parejas de unos a otros, en fin, que, como ves, Ángel me ha explicado muchas cosas de este mundillo.

Independientemente de lo difusa que Ángel había especificado nuestra relación ―algo que siempre le ha ocurrido, no sé si conscientemente o no―, puse mucho empeño en aclararle a este chaval ciertos matices que su amigo le ha mostrado sin ninguna objetividad. Le dije que los mundos no son tan diferentes, que los conceptos de pareja, fidelidad, exclusividad, amor, celos, etcétera, son exactamente iguales en cualquier relación, sean sus componentes del género que sean y que los arreglos o acuerdos dentro de cada pareja se pueden hacer y de hecho los hay en todos los ambientes.

Claro, que el influjo del niño en este chaval es muy fuerte, nos enredamos en una larga y apasionante discusión, tras la cual yo espero que Jesús tenga las cosas más definidas y deje de pensar que entre gais vale todo. Su sentido de la moralidad es muy diferente cuando se trata de parejas mixtas, esto y su machismo son pura influencia de la sociedad cerrada y retrógrada en la que se mueven Ángel y él. Tampoco olvido las nefastas consecuencias que le aporta su pertenencia al Opus, con lo cual mi batalla para depurarlo mentalmente puede ser titánica y de incierto resultado.

Antes de separarnos entramos a comer un kebab en la Gran Vía que tuvimos que terminar a toda prisa porque en la mitad y cuando ya me había dado cuenta de su inquietud, me dijo:
―Cómetelo deprisa que quiero marcharme de aquí, hay un tipo a tu derecha que no hace más que mirarme, guiñarme el ojo y hacerme un grosero gesto con su boca.

Efectivamente, pude comprobar que un chico más o menos de mi edad lo estaba mirando. Si me mira a mí, me desmayo de lo bueno que estaba el tío, sin embargo, a Jesús, era evidente que lo estaba incomodando sobremanera.

Fuimos hasta donde tenía aparcada su moto y repetimos la misma despedida que la vez anterior con apretón de manos incluido.

La historia continuará el sábado. Ahora que conozco más a este chico, entiendo que ese posible morbo inicial ha desaparecido y aunque veo que es un tipo de persona nada despreciable como para llegar a intimar, su juventud y su blanca forma de ser, hacen que el deseo no fluya con desesperación.

En un momento dado también pensé en alguna difusa intención de Ángel para que tuviera algún rollito con Jesús. Hasta hoy era una idea descabellada, pero tras conocer la definición que el niño ha dado a su amigo de nuestra relación, todo me parece un poco más posible. De cualquier forma, la fecha del viaje está a la vuelta de la esquina y Marruecos me espera, poco tiempo me parece para que pase nada.