58. Atraco a las tres

Ángel me ha llamado varias veces desde Sevilla. El niño no pierde el tiempo, se lo debe estar pasando muy bien aunque apenas me cuenta nada al detalle: que si comidas familiares, que si por las noches se lo pasa de bar de bar, que si puntillitas de calamar y tortilla de camarones... Siempre acompañado de sus primos o su hermana, pero nunca me dice nada de su novia. ¿No parece raro? Creo que, conociendo mi aversión por ella, se limita a no nombrarla y así se cree que la elimina de mi pensamiento. Este niño a veces es muy infantil. Y no puedo preguntarle específicamente por la zorra para que no descubra mi obsesión. Tiene una manera de liarme que no me explico cómo me convence enseguida; me quedo contento porque lo escucho pero al final me doy cuenta de que no me ha dicho nada.

No, no voy a revolcarme con nadie. Primero, porque me es imposible escaquearme del trabajo y, segundo, porque en realidad lo que decía ayer no era más que una rabieta al saber que la zorra de la novia ha ido con el niño a Sevilla y seguro que por disimular o no, tienen algo de sexo. Con veinticuatro años se está siempre caliente y te conformas con lo que tengas al lado y mucho más Ángel que no acaba de salir, no solo del armario, sino que su cabeza debe tener muy vivas sus ansias heterosexuales.

En cuanto salga de aquí lo primero que tengo que hacer es ir a ver a mi amigo Paquito. Al parecer lo han vuelto a robar, esta vez en uno de los callejones de Chueca, aunque de este amigo no me fío demasiado y cuando lo vea ya me contará toda la verdad.

Último día de puente, ya vi a Paquito y me contó todo lo que le ocurrió: al final de la calle Pelayo, pasadas las tres de la madrugada, se cruzó con un chico guapo que le sonrió y se pararon. El tipo era ruso y le dijo que no tenía dónde ir a dormir y que si lo dejaba ir a su casa, lo recompensaría. A Paquito le pareció demasiado directo y, por una vez, no se dejó deslumbrar por la belleza del chico y se mosqueó. Mientras dudaba entre lo que le pedía su cerebro y lo que le urgía en su entrepierna, vio que su ruso miraba fugazmente al otro lado de la calle donde estaba otro tipo de características similares mirando un escaparate que estaba en total oscuridad. Se dio la vuelta y empezó a andar deprisa hacía una zona más concurrida, algo difícil a esas horas de la noche. El ruso lo alcanzó enseguida, le puso un brazo sobre sus hombros y en la otra mano le mostró una navaja: «Dame tu dinero» creyó escuchar cuando ya tenía los cien euros que llevaba fuera del bolsillo; el otro tipo apareció junto a ellos y fue quien le arrebató los billetes de la mano a Paquito un segundo antes de que el primero de ellos le diera tremendo empujón que lo sentó en el suelo. Me decía mi amigo que antes de poder levantarse se palpó por todo el cuerpo para comprobar que no estaba herido y para sujetar el vientre de las ganas tan fuertes que le dieron de vaciar su intestino. Cuando me estaba contando esta parte del atraco tuve que hacer esfuerzos para no reírme en su cara. Le dije que al menos no cayó en la trampa de meterlo en su casa, eso hubiera sido peor, pero al subnormal de Paquito salo se le ocurre decirme que quizás en su casa hubieran echado un polvo y algo habría amortizado. Este amigo es carne de cañón y nunca aprenderá.

Bueno, y de Ángel apenas tengo ninguna novedad que contar. Viene hoy de Sevilla (supongo que harto de follar con la zorra de su novia), pero ya me avisó que hasta el viernes no nos veríamos porque tiene que adelantar su trabajo de la facultad. Ya se ve el entusiasmo que trae el niño por estar conmigo. Por teléfono no quiero decirle nada, pero este fin de semana me tiene que aclarar muy bien esa relación con su novia que no acabo de entender por mucho que le quiera dar tintes de naturalidad. A mí me parece que da lo mismo que sea tío o mujer, y ni siquiera por mantener el engaño a su familia, mantener alguien en medio de una relación puedo justificarlo.

Lo que me apetece de verdad ahora es centrarme del todo en lo referente a esa situación cada vez más imposible con el niño. Entre mi necesidad de cariño y el encanto natural de este chico ha germinado en mi corazón una ilusión que difícilmente pasará a ser realidad, y si antes andaba a la deriva, ahora tampoco sé a dónde voy.

En cuanto a que haga lo que me dicta el corazón, tengo claro que prefiero tener una pareja que no ir de mano en mano a cual peor, pero está claro que lo de estar emparejado no es nada fácil y aún es más difícil mantener y vivir una relación sin sobresaltos ni sufrimientos. Primero, que coincida el gusto del uno por el otro y viceversa ya es complicado, y, segundo, que la relación sea fluida, confiada y feliz es casi el sueño imposible. A estas alturas yo tengo claro que me gustaría formar algo con Ángel, pero hay que reconocer que son muchos los obstáculos que tendríamos que superar. Los más importantes son: sus ataduras familiares donde incluyo la presencia de esa novia que, definitivamente, sobra; mis gustos en la cama que distan mucho de lo que al niño le gusta, y la diferencia de edad que nos hace vivir mundos muy diferentes. Para hacerlos converger hacen falta grandes dosis de renuncias por parte de los dos, y muchísimo más amor del que somos capaces de generar. Pero yo estoy dispuesto a intentarlo, todo con tal de no volver a la mierda del día a día de Chueca, del Cooper, del Warms, de las insalubres y peligrosas saunas...

Ayer hablé tres veces con él, sigue tan cariñoso como siempre, pero cada vez que colgamos me queda esa impresión de que está viviendo en otra dimensión, que forma parte de una sociedad que en nada se parece a la mía, como si yo fuera un pequeño grano al que solo se le presta atención cuando pasas frente a un espejo y lo ves. Sus conversaciones me saben a gloria mientras escucho su voz, pero en cuanto desconectamos el sabor que me queda en los labios es como si me hubiera dejado una sustanciosa propina, pero propina al fin y al cabo. Le saco quince años pero él es quien domina nuestra relación, quien marca las pautas de nuestras actividades y quien regula meticulosamente los tiempos en que podemos estar juntos. Y si bien es verdad que a mí me gusta que me lleven de la mano sin tener la responsabilidad de equivocarme, no parece normal que sea un chaval de venticinco años y que en cierto sector de la vida apenas sabe nada.