106. Apretón de amigos

Aún no tengo suficientemente nítidas las imágenes de lo ocurrido este fin de semana, se me juntan unos momentos con otros y mi desconcierto es tremendo. Cuando Ángel se marchó con ese tipo, pensé de todo menos lo que desgraciadamente ocurrió. Si hubiera tenido la mínima sospecha, no lo dejo marchar, pero estas cosas por muy viejo zorro que seas y en tu vida te haya pasado de todo, siempre te pillan por sorpresa. A tiro pasado te das cuenta de que el tipo dejaba muchas pistas sobre su calaña: esa camiseta ajustada y estridente, ese tatuaje tan exagerado y lo más seguro es que sus manos lo denunciarían como cualquier cosa menos joyero. Me arrepiento de no haberme acercado a verlo, seguramente a mí no me hubiera engañado como al pobre Ángel.

Bueno... pobre, tonto y mal pensado. Ayer hablé por teléfono con él y salimos discutiendo:
―Cuéntame todo lo que ocurrió la otra noche entre Jesús y tú ―me preguntó el niño a poco de comenzar la conversación―.
―¿Y por qué supones que pasó algo entre nosotros?
―Venga, Rafa, no te hagas el sorprendido. Lo sé todo, acabo de tener una larga charla con Jesús y me lo ha contado todo.
―Entonces, ¿para qué me preguntas?
―Me faltan los detalles.
―Escucha, Ángel ―tuve la impresión de que estaba tratando de manipular la conversación para sacar algo de la nada―, no sé lo que te habrá contado tu amigo, pero si ha sido la verdad, ya sabrás que no pasó nada de nada.
―Si no tienes confianza en mí e insistes en tu silencio, no te voy a rogar, pero si tanto Jesús como tú insistís en no decir la verdad, me voy a mosquear y os mando a la mierda tan tranquilo.
―¿Qué te preocupa, Ángel? ¿Por qué crees que hicimos algo malo nosotros cuando tú te fuiste a follar con un macarra dejándonos a nuestro libre albedrío?
―Esa noche cuando llegué a tu casa estaba muy jodido, pero no tanto como para no darme cuenta de ciertas cosas. Pude ver que el sofá no estaba ni siquiera tendido y, sin embargo, tu cama estaba lo suficientemente revuelta como para confirmar que allí hubo sexo. No tuve más remedio que darme cuenta de que ambos llevabais únicamente puesto el slip, lo único que os dio tiempo de poneros antes de abrir la puerta. ¿Te parecen pocas muestras aclaratorias de lo que hacíais cuando aparecí?
―Efectivamente estábamos acostados en mi cama, charlando y, para que lo sepas todo, nos dimos algo parecido a lo que podríamos llamar apoyo. Los dos nos sentíamos, en cierta manera, abandonados por ti y a modo de consuelo nos vino muy bien a los dos un apretón de amigos.
―Ya veo que os pusisteis de acuerdo en lo que me teníais que contar. Los dos habéis utilizado casi las mismas palabras; sois muy listos pero muy malos amigos.

Su incredulidad e insolencia me provocaron deseos de colgarle el teléfono. Si no lo hice, es porque soy consciente de que eso es lo más humillante que existe entre dos personas que hablan con la precariedad de un hilo telefónico. Colgar es lo más fácil y cobarde para quedar por encima del interlocutor, por eso no lo hice pero ganas no me faltaron.

―Esa es la verdad y no hay más ―sentencié―. De todas formas. ¿por qué tendrías tú que reprocharnos nada, ni siquiera en el supuesto caso de que hubiéramos tenido algo Jesús y yo, cuando tú te largaste con el primero que te sonrió para «ver sus joyas» o, más bien, a tratarle su polla?

Tras un largo silencio Ángel me preguntó:
―¿De verdad piensas que me fui con ese tío para echar un polvo?
―Bueno, hasta ayer nunca me habías hablado de tu afición por la joyería.
―Pues escucha bien lo que te voy a decir para que te enteres un poco de las cosas. En realidad lo que hice fue quitarme de en medio para que mis dos amigos tuvieran un rato de intimidad sin mi presencia.
―Explícate, Ángel, que me estoy perdiendo.
―Yo a mis amigos los quiero y si puedo hacer algo por ellos, nada me para. Jesús necesita aclarar sus ideas y nadie mejor que tú para sacarle de sus eternas dudas. Y a ti te he visto cómo miras a Jesús, tiene mejor cuerpo que yo y quién sabe si es también mejor en la cama. No me vas a decir que no te gusta porque no te creo tan cínico.

No podía dar crédito a lo que estaba escuchando.

―Y nosotros dos, ¿dónde queda nuestra relación? ―le pregunté temiéndome cualquier respuesta demasiado definitoria―.
―Lo nuestro no tiene nada que ver con esto, es diferente y está por encima de estos favores que, por otra parte, todo queda entre amigos.
―Y Jesús, ¿qué piensa de todo este razonamiento?
―Jesús no tiene que saber nada de las auténticas razones. Se sentiría mal si supiese que estamos ayudándole; es muy suyo y tiene unas ideas cuaternarias en cuestión de relaciones y sentimientos.
―¿Prefieres que tenga el desasosiego de pensar que él y yo te estamos poniendo los cuernos?
―¡Que dramático eres, Rafa! Los cuernos se ponen con las tías y, además, si él está viendo que yo me voy con otros, no tiene por qué sentirse culpable de nada.
―Y... ¿qué tengo que pensar yo de que te acuestes con otros?
―¡Pero si ya te he dicho que solo fui a ver la prometida colección de joyas! Además, ¿me he metido yo alguna vez con tus aventuritas? No me las cuentas pero sé que las tienes, o ¿me quieres hacer creer que en Marruecos no tuviste nada? A ver si te metes en la cabeza que nosotros somos amigos íntimos y nuestra amistad e intimidades están por encima de otras veleidades externas y no condicionadas por ellas.

Preferí dejar la conversación en ese punto porque habíamos entrado en una espiral que no nos llevaba a ninguna parte. Quedamos para continuar aclarándonos las ideas más adelante porque mi confusión con este niño no tiene límites. Siempre que hablamos de nuestra relación tiene la virtud de no decir nada, es como si me tuviera enganchado y suelto a la vez.