129. Busco hombre

Estoy enfrascado en la labor de sacarme a los niños de mi cabeza y, posteriormente, de mi vida. Todavía los resultados no son buenos. Estoy pasando por unas situaciones tan extrañas, como extraña es mi dependencia por unas personas cuyas edades siempre las han hecho ajenas a mí. Dicen que cuanto más mayores nos hacemos, más atención prestamos a los jóvenes y, visto mi caso, podría decirse que soy la confirmación de ese dicho. Pues no. Estoy convencido de que las personas no modifican sus gustos conforme van cumpliendo años. A mí me siguen gustando maduros y me seguirán gustando, así tenga cien años.

La creencia de que cuanto te haces mayor prefieres beber jugos verdes es solo una falsa leyenda. Quizás propiciada por ese natural impulso que el hombre tiene de negarse a perder su propia juventud y buscar en la de los demás la suya propia perdida. En un momento dado de la vida, creemos que estando con gente joven, de alguna manera no envejecemos. Lo que sí es cierto es que entre las mujeres y los gais existe un alto porcentaje de jóvenes atraídos por los hombres maduros, personas que buscan la solidez en las relaciones como remedio ante tanta temporalidad y superficialidad existente. Muchachas y chavales que amplían sus deseos sexuales con sentimientos de admiración por aquellos que lograron los objetivos en la vida, algo tan difícil y lejano para ellos; que buscan el cobijo de un hermano mayor que no han tenido o, incluso, de un padre demasiado distante.

Pero no nos equivoquemos, la gente no cambia sus gustos por el mero hecho de ir cumpliendo años. El joven que se siente atraído por la madurez, le seguirá ocurriendo lo mismo durante toda su vida. Los señores que buscan y disfrutan con jóvenes es porque siempre han tenido ese gusto y desde pequeños han valorado más la belleza física que cualquier otra virtud, sin duda más importantes, pero menos visibles. Lo demás son apaños temporales. Hay personas, como yo, que nunca desperdiciamos cualquier ocasión para tener nuevas experiencias y, si dentro de ello, supone tener que lidiar con gente joven, pues nos amoldamos, a pesar de que, en realidad, no tenga nada que ver con nuestro gusto natural.

Tanto rollo para decir que estoy necesitado de un buen polvo de los auténticos, con un hombre de los de verdad, de esos que huelen a sudor al final de la jornada, de esos que te raspan la suave piel de tu culo con sus rudas manos dañadas por el cemento, de los que apenas entras en su coche, ya tienen la polla tiesa fuera de su pantalón y te agarran de los pelos para llevarte la cabeza a su entrepierna hasta que su glande en la garganta no te deje respirar. De esos que no tiene ni puta idea de vestir, pero que se las saben todas a la hora de follar; de esos que, tras correrse en tu cara, te mandan a la cocina a que les prepares algo de comer. En fin, lo que sencillamente es un HOMBRE.

Un fin de semana de lo más muerto. El viernes tuve cena con excompañeros de facultad. Ya se sabe cómo son esta clase de eventos: falsos, llenos de envidias mal contenidas, «alegrándonos» de los fabulosos avances en la vida de cada uno y «apenándonos»cpor los que pasan por malos momentos y que, casualmente, son los que no vienen.

El sábado me llamó Ángel, con su tono desenfadado de siempre, sabiendo dar a su voz ese cariz cariñoso que sabe me gusta:
―¿Sabes algo de Jesús? Hace un motón de días que no hablamos. El móvil lo tiene fuera de onda, por la oficina no aparece. Quizás tú sepas algo más.
―Pues no, no sé nada más. Es posible que esté enfermo, ¿has pasado por su casa?
―No. Es que no quiero encontrarme con su madre; se ha tomado muy mal la ruptura de Jesús y Begoña. Creo que, de alguna manera, me hace a mí responsable. Pensaba que este fin de semana habías quedado «también» con Jesús.
―Pues fíjate que «sigues» equivocado. Para este sábado no tengo planes.
―¡Qué bien! Se me ocurre que podríamos quedar nosotros cuando deje a Isa en su casa. Vale, ya sé que al Cool no te gusta ir, pero podríamos tomar algo en donde tú quieras y luego... ya sabes... podríamos recordar nuestras viejas sesiones eróticas, ¿Qué te parece?

Mi respuesta fue tan sincera como difícil:
―Mira, Ángel, para mí no resulta atractivo ser plato de segunda. Francamente, vernos únicamente para hacernos una mamada no me resulta el plan más maravilloso de la tierra. Tener que pasarme la tarde como un tontito esperando a que tú y tu novia os hartéis de morrearos para luego recoger las sobras me parece una triste opción para mí.
―No seas bobo. Míralo desde otro punto de vista, no vas recoger las sobras sino el postre.
―Gracias, Ángel, pero prefiero menú completo.
―Ya, y si es con Jesús, mejor, ¿no?

Al final, ni con Jesús ni con nadie. Pasé la tarde tirado en el sofá dando cabezadas de aburrimiento y ya por la noche me dio pereza salir de casa.