49. La sombra de la ex

Anoche cenamos juntos Ángel y yo. A punto estuve de pedirle que se viniera a dormir conmigo a mi casa. No lo hice porque está muy ilusionado con la noche en el parador de Santander que, según él, va a ser nuestra gran noche para el recuerdo. Y lo malo es que toda su ilusión a mí me acojona un poco por si ocurre algo que no funcione y se lleve la gran decepción del siglo. Ya he decido no tocármela ni para mear y así evitar tentaciones de masturbaciones para llegar el viernes con el saquito lleno y con necesidades como para poder funcionar aunque solo sea por instinto, ya que cuanto más lo miro, más nenito se me hace.

Ayer venía con un pantalón bajo de esos que enseñan medio calzoncillo y las perneras le llegan a las rodillas, con el pelo engominado y de punta que parecía un colegial de 15 años, y yo casi podría pasar por su papá. La idea de cenar fue suya. Un familiar con el que estuvo de celebración el otro día le dio invitaciones para la inauguración de un restaurante y las aprovechamos nosotros. Es un lugar de bufet libre a base de ensaladas y comidas como de régimen, pero que no está mal.

No sé si sería por el vino de la cena, pero cuando me dejó en mi portal estuve en un tris de pedirle que subiera. Eso me da esperanzas para el viernes. Creo que el roce y su estupenda forma de ser y de tratarme me está despertando unos sentimientos de los que hace mucho tiempo no había notado. Si, encima, me gustara físicamente, sería la hostia, pero ahí es donde está el problema. Luego tiene unos detalles que te dejan desconcertado; anoche cuando ya estaba medio dormido me llama por teléfono solo para decirme que ya estaba en su casa, solito y pensando en mí, y para darme las buenas noches. Cuando cerré el teléfono me di cuenta de que estaba empalmado, pero también es verdad que con las imágenes que tuve que luchar para cumplir mi promesa de no masturbarme hasta el viernes eran de los tiazos que me gustan, muy alejados de la exquisitez de Ángel.

Pero no todo fue bueno esa noche. Ocurrió algo que me dejó mosqueado. Durante la cena lo llamó su exnovia y el tono de la conversación era como muy de coleguitas, nada tenso y con risas y palabras cariñosas. Yo creía que habían roto con peor talante y resulta que ahora se llevan bien, incluso demasiado bien, y esto no me suena nada saludable. Yo hice como si no le diera importancia pero me dejó un tanto confuso. No sé, pero me da la impresión de que no soy yo nada más el que tiene secretos, y es que los que antes han sido héteros siempre les queda un regusto por el pasado muy difícil de erradicar.

Desconozco qué tipo de películas le gustan al niño. Bueno, en realidad no sé nada de sus gustos. Apenas me habla de sus aficiones; ni sé cómo le gustan los hombres ni qué tipo de sexo prefiere. En verdad, es muy hablador, pero a la vez demasiado reservado consigo mismo, y como yo no puedo preguntarle todo lo que me intriga para que no piense que estoy colado por él, pues ando bastante despistadillo a ese respecto.