62. El incauto del ambiente

Cuando pienso en lo ocurrido el otro día en la discoteca y, sobre todo, en la casa del músico, caigo en la cuenta de que en realidad Ángel es un niño, le falta experiencia, va siempre con buena fe y de frente por lo que sus tortazos son mayores y, a pesar de que tiene su personalidad y es inteligente, no deja de ser un niño burgués que no tiene ni idea del infierno en el que se está metiendo.

No estoy para nada enfadado ni mosqueado con el niño porque se besó con el francesito. A esas alturas llevaba en el cuerpo tanto alcohol mezclado con el porro que no era consciente de lo que estaba haciendo. Incluso le pregunté si le gustaba y me respondió con una pregunta aclaratoria: «¿Acaso me gustan los chicos de mi edad?». Lo único que le puedo reprochar es haber saludado al músico de los cojones en la discoteca, pero también lo puedo comprender porque el niño aún no tiene malicia y apenas sabe de lo buitre que es la gente en este ambiente y, seguramente, le tocará darse muchos golpes antes de que aprenda. Peor estuve yo que podía haber sospechado desde el principio que tanta amabilidad tenía un fin, y en el mundo gay el fin siempre es el mismo: sexo. El músico urdió un perfecto plan para beneficiarse de Ángel . Pensó que tenía una buena moneda de cambio con el francesito y si yo hubiera sido de los que les gustan los jovencitos, hubiera podido tener opciones de que su plan le funcionara, pero no contó con que mis gustos no se relacionan para nada con el personaje del que, si es mi pareja, se supone que me debe gustar. Creo que ya debía saber que el local en la carretera de La Coruña estaba cerrado antes de ir y que lo de acabar en su casa estaba en el guion desde el principio. También pienso que el hecho de desnudar a René ante mis ojos era para mostrarme la mercancía, calentarme con lo que veía y acceder al intercambio. Eso tampoco le funcionó, primero, porque el cuerpito del chico era asexuado para mis ojos y, segundo, porque ni siquiera logró que el niño se empalmara. Un momento difícil fue cuando Ángel empezó a quitarse los pantalones; eso sí hubiera sido un éxito para el siniestro Rafa, con el niño sí funcionó su plan de calentamiento, pero reaccioné de forma magistral y solventé la situación poniendo los huevos encima de la mesa. Entiendo que no debí dejar que las cosas llegaran tan lejos y que me dejé arrastrar por las maniobras maquiavélicas de tal Rafa, pero al final saqué mis garras y mi experiencia solventó la situación.

Es tan incauto el niño que ayer, según le contaba mi parecer, se estaba quedando impresionado, él apenas vio mala intención en nadie, y yo puedo comprender que el francés sea otra víctima del músico, porque este es un bicho de mucho cuidado. El niño me decía que lo único que le pareció mal de la tarde del sábado es que al final no tuvimos sexo él y yo. Pero estaba claro que la casa de este tipo no era el lugar apropiado y menos delante del buitre de Rafa que era lo que pretendía. Hasta donde llega la candidez de Ángel, que incluso me llamó estrecho por no querer hacer sexo delante de otra gente, al parecer con su novia no tenía inconvenientes en compartir el escenario con otras parejas. Me aseguró que René le había parecido muy bien, parece ser que está en Madrid haciendo una cátedra de videoimagen y apenas conoce a Rafa. Me aclaró que le cayó bien pero no como para querer besarlo. Sobre el incidente del beso me prometió que no se enteró de nada en absoluto y me aseguró que sería René el que tuvo la iniciativa.

Repito que yo no estoy en absoluto mosqueado con el niño porque lo vivido el sábado es algo que en mi juventud ya lo viví y más de una vez. Eran fiestas a las que acudían gais emparejados o no, donde se bebía y a veces se fumaba y participábamos en esos juguecitos chorras como el famoso de la botella o el de las prendas cuya finalidad era conseguir que la gente se fuera desprendiendo de la ropa y caldear el ambiente ante la vista de los miembros al aire entre los que se valoraba mucho las erecciones de los más incontrolados. Luego las pruebas por superar incluían las órdenes de tener contacto manual y bucal con aquellas pollas que ya se empezaban a lubricar para llegar al deseado: «todos con todos» y terminar follando con el que tú ya habías elegido desde el principio de la fiesta. Era la época en la que el sida parecía algo muy lejano, apenas se usaban los condones y todo era más natural y espontáneo. La gente joven no ha vivido orgías de este tipo porque aquí en la actualidad este tipo de fiestas está en desuso, las han sustituido los locales de sexo anónimo que todos conocemos.

Ángel quiere vivirlo todo y experimentar lo máximo posible. En alguna ocasión él mismo me lo ha comentado. Mi responsabilidad está en ponerle los límites lógicos a ese afán de experimentación.