67. Juegos de cama

Este fin de semana me ha prometido Ángel que vendría a casa a “jugar” un rato. Seguro que no es lo que me gustaría, pero algo es algo; yo ya no estoy en edad de matarme a pajas o de pensar en buscar el viejo consolador y comprarle pilas a ver si aún funciona, aunque esa parte de mi cuerpo sí que la tengo totalmente desatendida.

Mi amigo Paco, cuando le cuento mis desventuras, me aconseja que acepte la doble vida de Ángel porque su papá nos puede fastidiar con su dinero, que valore el esfuerzo del niño por tener que llevar ese tipo de vida, que respete su decisión de no mandar a la mierda a su novia y que trague con el hecho de que puede, incluso, que estén follando. Pero eso es más fácil decirlo que realizarlo. Creo que sería mucho tragar.

Es verdad que ambos nos queremos, lo que pasa es que nuestras vidas son tan diferentes que resulta imposible coordinarlas.

El sábado lo pasamos juntos hasta el domingo al mediodía. Nos fuimos a comer a El Escorial y al incauto de mi niño no se le ocurre otra cosa que llevarme a un lugar donde lo conocen a él y a toda su familia. Salió el dueño del restaurante a saludarlo y a preguntar por su padre; me tuvo que presentar como compañero de facultad, pero me parece que el tipo no se lo tragó. Dimos un paseo por el monte Abantos y nos lo pasamos de maravilla persiguiéndonos sexualmente por entre los pinos. Cuando llegamos a mi piso en la noche estábamos más calientes que una barbacoa. Fuimos a la cama inmediatamente y, con cierta sorpresa por mi parte, me pidió que le hiciese aquel jueguecito con los dedos en su agujerito que tanto le gustó la vez pasada. De los dedos pasamos a intentarlo con la polla, y aquí se complicaron las cosas porque a pesar de que no soy lo que se dice un “bien dotado”, el culito del niño es demasiado pequeño. Lo intentamos con toda la clase de cremas que tengo y cuando ya mi miembro estaba pidiendo socorro y mi esfuerzo por mantenerlo lo suficientemente duro como para que el intento tuviera éxito llegaba a su límite, conseguimos que entrara la cabeza.
Curiosamente Ángel era un quejido constante, pero su polla cada vez estaba más excitada y no quería ni hablar de dejarlo. No sé si fue al notar el capullo dentro de él o mis palabras avisándole de que ya lo habíamos logrado, el caso es que de improviso empezó a salir leche de su larguirucha y dura polla, regándome la mesilla de noche, la lámpara de tela china e incluso la pared en una corrida increíblemente abundante.

Tras una cerveza para reponer fuerzas volvimos a la faena, cuando comprobé que su miembro estaba nuevamente erecto, aproveché para darme crema en mi ojete y sin decirle nada explícito, hacer ver al niño lo que le tocaba hacer a él. Ante su pasividad tomé la iniciativa agarrándole el rabo y poniéndole un condón nuevo, se lo coloqué justo en la “puerta”. Solo tenía que dar un pequeño empujón pues su limitado grosor y mi amplio diámetro jugaban a favor. Al final no sé si fui yo quién reculó o él quien se acordó de su novia, el caso es que me penetró. Uno tiene su bagaje de experiencia en estos menesteres y rápidamente noté que la dureza de la polla del niño había desaparecido apenas entró en mi culo. Él se movía con sumo cuidado para que aquel gusanillo no fuera expulsado por un acto reflejo de mi recto pretendiendo que yo no me diera cuenta de su flacidez. Pero aquello cada vez era más lacio y diminuto y en la tercera embestida se escabulló fuera.

Ni hablamos casi del asunto. En principio lo justificamos por la cercanía entre polvos sin darle mayor importancia. Cenamos, charlamos y antes de dormir nos hicimos una felación mutua que es lo que de verdad le gusta al niño.

En la charla me contó que el amigo que lo trajo la otra noche a mi casa le ha retirado su amistad. No respondía a sus llamadas y el viernes lo fue a buscar a su casa. Lo encontró muy serio y sin apenas rodeos le dijo que últimamente lo encontraba muy cambiado, que no era el mismo Ángel que él había conocido, que si las nuevas amistades le parecían muy peligrosas, que no le gustaba cómo trataba a Isa y, en definitiva, que cada día le parecía más maricón. Como se conocen desde pequeños y siempre han sido muy buenos amigos, Ángel se tiró al vacío y le preguntó que si fuese gay, ¿dejaría de ser su amigo? El otro sin dudarlo le dijo que no soportaba a los maricones y que por respeto a su amistad no haría leña del árbol caído, pero que si en verdad era gay, lo mejor era poner distancia de por medio y no seguir con esa amistad que para él sería insoportable.

Esto ha sido muy duro para el niño, le ha afectado mucho y le costará reponerse. Este chico y Ángel tenían pensado (con la ayuda económica de sus respectivos padres) poner en marcha una empresa de servicios en la que ambos podrían desarrollar sus carreras en cuanto las terminasen.

Creo que por culpa de esa charla me ha dedicado todo el sábado y el domingo apenas tenía ganas de volver a su ambiente. Por lo que me cuenta es un mundo muy reacio y de pensamientos arcaicos donde el machismo sigue siendo una virtud muy valorada. Como veis, el niño no lo tiene nada fácil, quizá yo debiera reflexionar más profundamente sobre el consejo de Paco.