68. Mal de amores

Hay momentos en que me da por pensar en cosas que me dejan muy jodido, y lo malo es que no son solo pensamientos sino realidades tangibles. Mi relación con Ángel es muy poco consistente por mucho que me empeñe en darle solidez a base de hacer la vista gorda con respecto a demasiados detalles muy representativos. Creo que esta experiencia tiene dudoso futuro.

Pero lo peor es que yo quiero a ese niño. No se me va de la cabeza en ningún momento del día. Y me da igual que sexualmente no me satisfaga, me da igual que su familia sea un problema, me da igual, incluso, que tenga que hacer doble vida y mantener el cuento de la novia, me da igual todo menos una cosa: no quiero perderle.

Desde el sábado me mortifica la imagen de aquel tipo que en la sauna de vapor se vio obligado a soltar la polla del niño de su boca porque lo estaba sacando yo de allí, me hiere el pensar qué le habrán hecho en el cuarto oscuro para encontrármelo tan excitado, me rompo la cabeza tratando de recordar quién sería ese tipo que tan guapo le pareció, aquel que le propuso hacer un trío. Sé que son celos, pero cargados de angustia, de demasiada angustia. Quiero tener a ese muchacho, no sé si como compañero o como ídolo para adorar; he encontrado un motivo demasiado importante para levantarme cada mañana, cuento las horas para oír su voz, estar a su lado me engrandece y si el tiempo es generoso con nosotros, estoy seguro de que también lograremos hacer del sexo la gran fiesta que los dos aún no hemos encontrado.

Hoy me siento muy enamorado del niño y en mi cerebro no entra otro pensamiento que mantenerlo junto a mí, pero tengo la seguridad de que no será fácil y carezco de las armas necesarias para ganar esta guerra.

Vale, no es la primera vez que esto me ocurre. Ya me enamoré antes, pero nunca de una persona tan especial, tan joven, tan inteligente, tan sensible. Me ha pillado este cuelgue en una edad fronteriza y mucho me temo que lleva el cartel de «última oportunidad».

No estoy bien. Para todo lo que he tardado en encontrar una persona a quién amar, resulta que es lo más complicado que pudiera ocurrirme.

Pienso en una pareja de amigos con la que salgo de tarde en tarde, que siempre me han dado sana envidia, no les recuerdo ni un pequeño problema. Por lo que me cuentan no tienen ni siquiera una pequeña discusión por una diferencia de pareceres tan lógica y normal en todas las parejas. Uno de ellos ya tiene bastante edad y, sin embargo, mantienen una actividad sexual tan intensa más propia de unos novios primerizos que de una pareja ya consolidada de varios años. ¿Por qué no me podía haber ocurrido algo así a mí?

Solo pido un alma capaz de quererme y el niño me ha demostrado que me quiere, pero... hay tantos peros... hay tantos obstáculos... que me veo estrellado y nuevamente solo y perdido como antes de conocer a Ángel.

Voy a dejar de escribir hoy porque no me siento bien y nadie tiene por qué pagar mi deficiente estado de ánimo, aunque, como decía en mi primer escrito, esta es mi historia y, de alguna forma, también de todos vosotros los que me leéis. Y ya sabemos que no siempre las cosas que nos ocurren son alegres y optimitas y hoy las nubes son negras sobre mi cabeza.