63. La novia de mi amante

Ayer noté al niño más serio de lo normal. Le pregunté varias veces si le ocurría algo, pero siempre se evadía, aunque con poco entusiasmo. Vislumbro una señal rara y como perro viejo algo me está oliendo mal. No tengo muchas pistas de qué pueda ser, pero tiene que estar relacionado con la zorra de su novia. Sé que la madre de esta pasó la otra tarde con la mamá de Ángel y, no sé por qué, me estoy temiendo un complot familiar para forzar al niño a que preste más atención a la zorrita.

De momento ya me dejó caer que este fin de semana quizá no pudiéramos vernos porque el trabajo de la facultad lo llevaba demasiado atrasado y quería montar unas jornadas de reunión con los otros alumnos de su equipo para tratar de hacer un serio esfuerzo intensivo y dejar el trabajo más encarrilado. Dado que el lunes es fiesta no me parece justo que desperdiciemos tantos días sin estar juntos. Al parecer no le está importando tanto no haber hecho sexo este pasado sábado como decía, y el hecho de que se haya masturbado varias veces al día desde el lunes hasta ayer (yo también me he pajeado un par de veces, pero no se lo digo para hacerme el mártir ante sus ojos) no puede compensar el contacto físico con la persona que se supone que te gusta.

Como decía, la actitud del niño el sábado estuvo marcada por el alcohol, el porro y, sobre todo, por mi ineptitud al no haber adivinado las jodidas intenciones del Rafa de los cojones.

Mi mosqueo con la zorra no es solo emocional; está sustentado por hechos y palabras que le entresaco a Ángel y ayer pude comprobar que estaba en lo cierto. Temo que, en el mejor de los casos, me tenga que conformar con vivir la mitad de la doble vida que pienso va a tener que llevar el niño si quiere mantener todos los frentes abiertos.

Cierto que si en algún momento he tenido la preocupación de pensar que el niño quisiera terminar con nuestra relación, debo descartarla. Lo digo porque ayer noche se escapó y apareció en mi casa para estar conmigo aunque solo fueron dos horas. Luego se le complicaron las cosas porque con las prisas aparcó en la salida de un garaje y al irse se encontró el coche encima de la grúa; le tuve que dejar cincuenta euros para que se lo devolvieran.

Durante esas dos horas pasaron dos cosas, una mala y otra buena. La buena fue la sesión de sexo oral que tuvimos pero con una novedad: ya que él no investiga en otras latitudes de mi cuerpo, tomé la iniciativa de enredarme en su culito y hacer una breve incursión ―solo con el dedo― en su ojete, supercaliente, por cierto. El niño estaba encantado con mis enredos en la zona, colaboró abriendo sus piernas para darme facilidades; noté, mientras yo acariciaba las paredes de su agujerito, una menor intensidad en su actividad bucal, señal de que toda su atención estaba pendiente de las sensaciones que estaba descubriendo por atrás. Se corrió más incontroladamente que otras veces, aunque siempre parece que le pilla por sorpresa y, a pesar de todas las pajas que me dijo que se había hecho en estos últimos días, me puso la cara más blanca que un montado de nata. Para mi decepción no me dijo nada de mis actividades traseras, yo esperaba unas palabras de aprobación e incluso una promesa de que me imitaría en nuestra próxima sesión de sexo, pero nada de nada; las palabras que vinieron después pasaron a ser de la parte mala de la noche.

Tiene problemas familiares por culpa de la zorra y por mi presencia en su existencia. Ya dije que la madre de su novia y la de Ángel son amigas. La zorrita le debe estar calentando la cabeza a su mamá y esta hace lo mismo con su amiga. El resultado de toda esta vorágine es que le han llegado al papá del niño rumores de malos vientos en su vida y ayer por la tarde lo llamó a su despacho para hablar con él.

―Háblame de esas nuevas amistades, al parecer poco recomendables, que te están haciendo descuidar tus estudios y tu relación con Isa.

Al parecer, la relación de Ángel con su padre es de confianza, aunque no tanto como para abrir la caja de Pandora de repente. Me decía el niño que por un momento estuvo a punto de soltarle la bomba, pero no lo hizo porque el efecto hubiera sido explosivo y de graves consecuencias para la vida de toda la familia.

La respuesta a su padre demuestra la inteligencia del chaval:

―Por mi edad estoy conociendo gente continuamente y si son buenas o malas compañías, me corresponde a mí averiguarlo utilizando la educación que vosotros me habéis dado. En cuanto a si influyen mal en mis estudios, me extraña porque siempre he separado la diversión de la obligación. De todas formas, tendremos que esperar al resultado final del curso. Y si mi relación con Isa está pasando por un mal momento, eso sí que entra dentro de mi parcela más personal y nos incumbe únicamente a Isa y a mí solucionarlo para bien o para mal.

No me aseguró nada pero me dio a entender que tratará de volverse a escapar otro día durante este fin de semana para repetir lo que acabábamos de hacer.