61. Erótico Halloween

Un paseo por el centro ayer viernes me sumergió en el misterioso ambiente de la noche de Halloween. A mi alrededor caminaban grupos de jóvenes disfrazados con aspectos tan tenebrosos como artísticos. Me llamó especialmente la atención un espigado muchacho con traje de Caperucita Roja, que apenas me adelantó giró su cabeza mostrándome un espeluznante rostro donde un trozo de la mejilla había desaparecido, mostrando la aterradora dentadura amorfa y parte de una mandíbula descarnada y sangrienta. Algo muy bien trabajado y realmente impresionante.

Todo este entorno trasladó mi mente a la primera Fiesta de Muertos que viví en Chueca, allá por el año 2001.

Estaba con Paquito en una discoteca, teníamos como único distintivo un antifaz cada uno. Apoyados en la barra veíamos y comentábamos la variada muestra de asistentes: unos disfrazados, otros maquillados y algunos simplemente como nosotros: con un sencillo antifaz. Nos pusimos a bailar y pronto noté cómo alguien nos miraba; alcé la cabeza en alto para tratar de descubrir a ese desconocido. Lo localicé cuando nuestras miradas se cruzaron. Yo, coqueto, hice como que no lo viera y sin darme apenas cuenta se colocó a mi lado. Al igual que nosotros, lucía una pequeña máscara cubriéndole parte de la nariz y la frente. Paquito se dio cuenta de lo que pasaba y con un empujón me acercó aún más al desconocido. Le pedí disculpas con un gesto compungido que él aceptó con una bonita sonrisa. Poseía un cuerpo delgado pero fibroso, unos ojos negros y profundos brillaban tras del antifaz. Al momento nos pusimos a conversar; se presentó con el nombre de Santiago, me dijo que estaba de paso y habló de cierta decepción amorosa. Inmediatamente sentí como si nadie estuviera a nuestro alrededor, me encontré feliz frente a esos ojos negros como la noche, enigmáticos y con esa seductora boca que parecía no decir mentiras. Sonó una canción y nos pusimos a bailar al ritmo de la música, sensualmente, acercando nuestros cuerpos sin importar nada ni nadie. Sentí su cadera contra la mía y súbitamente me dio un fuerte abrazo. No quise apartarme, quedamos pegados y como atraídos por un imán, juntamos nuestras bocas en un cálido y delicioso beso. Aquel chico me atraía, me intrigaba, me gustaba. Me dijo al oído:
―Vayamos a algún sitio más tranquilo.

Me despedí de Paquito y salí con Santiago cogidos de la mano. Llegamos a su coche, estábamos calientes. Durante el recorrido hasta un hostal en las afueras, no dejamos de besarnos y de tocarnos.

Me pidió que registráramos la habitación a mi nombre por algún problema con su documentación. Apenas cerró la puerta el encargado que nos mostró la pieza, nos quitamos la ropa rápidamente. Cuando hice el ademán de quitarme el antifaz, Santiago me sujetó la mano diciéndome:

―Aún no. Mantengamos por un rato la magia de esta noche de Halloween

Y así quedamos frente a frente con solo el antifaz cubriendo nuestros cuerpos desnudos.

Me arrastró suavemente hasta la cama, se tumbó en posición inversa a la mía e iniciamos un buen sesenta y nueve. Saqué mis mejores armas con la boca, él no se quedó atrás, A la vez que su lengua acariciaba mi excitado glande, mostró una gran habilidad con los dedos para tocarme la entrada de mi expectante agujero. En un momento dado, cambiamos de posición y acerqué mi perineo a su cara. Y así como era de hábil con los dedos, también lo fue con la lengua mientras yo seguía lamiendo aquel magnífico miembro, tan duro como una roca, rosado, de buen grosor y largura perfecta. Sonaban gemidos de placer, de gusto; nuestros cuerpos irradiaban calor. Inmediatamente se puso el condón y entendí que era hora de sentarme en aquella brillante espada. De un salto me coloqué en la punta y comencé a galopar, a sentir, dándonos caricias. Cuando el clímax parecía inminente, paró su movimiento y con gesto imperativo me quitó el antifaz. Al alargar mi mano hacia su rostro para imitarlo, me la sostuvo y me dijo enigmáticamente:

―Luego.

Agarró mi cuello, yo lo imité, éramos salvajes, brutos; nuevamente me embistió fuerte y cabalgamos más rápido. De pronto escuché un grito seco de placer, vi cómo cerraba los ojos mientras llegaba al orgasmo. Sin dejar de acariciarme y chuparme las tetillas me corrí ahogado en un gemido de gusto. Permanecimos silenciosos, nos mirábamos fijamente y sin pronunciar palabra nos quedamos dormidos fundidos en un húmedo abrazo.

Desperté entrada la mañana, al abrir los ojos descubrí que en lugar de mi compañero de placer, tan solo estaba su antifaz.

Posiblemente el escaso sexo que Ángel me da me provoca tantos recuerdos del pasado.